BIENVENIDOS!

Este blog está dedicado a todos los tributos que se quedaron con ganas de más al acabarse ''Sinsajo''. Aquí iré subiendo los capítulos de esta continuación hecha por mí llamada: DESTINO.
Esta historia está contada desde el punto de vista de Leslie Primrose, la hija de Katniss Everdeen y Peeta Mellark y narra como tuvo que afrontar su destino y convertirse en el nuevo Sinsajo, siguiendo así los pasos de su madre.
Sé que Suzanne dijo al final de Sinsajo, que Katniss y Peeta tardaron 15 años en tener hijos, pero he tenido que cambiarlo ya que necesitaba que tuvieran unas edades concretas.

PD:Los capítulos, son bastante largos (de unos 10 folios DinA4 cada uno) por lo que los iré subiendo poco a poco. Podeis contactar conmigo a través de mi twitter @LydiaMartnez. GRACIAS POR LEER ;)

jueves, 27 de diciembre de 2012

CAPÍTULO 7.

Después de una noche sin sueños mi padre viene a despertarme muy temprano, cuando aún ni siquiera ha amanecido. Me doy una última ducha caliente y me pongo mi ropa de caza. Me recojo el pelo en una trenza, me echo mi bolsa al hombro y bajo al comedor.

-Buenos días- Saludo. Todos están ya allí, tomando un pequeño desayuno antes de ir al bosque. Dejo mi bolsa en la entrada y me uno a ellos.

-Bueno días, Less. ¿Has dormido bien?- Me pregunta mi padre ofreciéndome una taza de chocolate caliente. Asiento. -Toma algo antes de salir, una vez en el bosque no podremos comer otra cosa que lo que tú y tu madre caceis.

-Que no será poco.- Se une mi madre. Todos sonreímos, menos River.

-¿Cuánto durará la acampada?- Pregunta mi hermano pequeño. -No me gusta demasiado el bosque.- A diferencia de a mí, mi hermano no siente gran admiración hacia el bosque. Solo ha ido unas cuantas veces, en verano, cuando los cuatro pasamos el día en la casita del lago, bañándonos y disfrutando del buen tiempo. Odia ir en invierno, dice que hace mucho frío y, a parte de eso, odia que mi madre y yo cacemos, no soporta ver animales muertos. A veces pienso que es débil, pero me doy cuenta de que no es así, de que lo que pasa es que tiene una inocencia que yo mataría por tener, ya que todo es más fácil si vives como un niño. En mi caso, me ha pasado como ha mis padres, he tenido que madurar antes de tiempo y las circustancias, me han arrebatado mi adolescencia.

-No lo sabemos, River. Depende.- Mi hermano le laza a mi madre una mirada de desaprobación. -Lo pasaremos bien, ya verás.

Acabamos de desayunar en un tiempo récord, ya que nadie tiene demasiada hambre a estas horas de la mañana. Nos levantamos de la mesa y yo ayudo a mi hermano a ultimar sus preparativos mientras mi padres llenan una mochila con cuchillos y algún que otro bote de conserva. En una media hora, todos estamos listos así que nos dirigimos a la valla que separa al 12 del bosque. Se supone que no se puede atravesar, pero las nuevas leyes te permiten salir a recolectar si te estás muriendo de hambre, cosa que ha ayudado bastante a que la pobreza del 12 haya disminuído. Como siempre, me tumbo en el suelo y me arrastro por debajo de la verja de alambre hasta llegar al otro lado. Desde allí, ayudo a River y a mi padre a pasar y, finalmente, cruza mi madre. Tanto ella como yo, sacamos nuestras armas de un tronco hueco y nos las colgamos al hombro. Durante unos minutos, nadie dice nada, pero cuando llegamos al punto de encuentro entre mi madre y yo, nos paramos para decidir qué hacer.

-Entonces, ¿a la casita del lago?- Pregunta mi madre.

-Sí. No tenemos otra opción. Al menos de momento.- Mi padre asiente y mi hermano se aferra a su mano. -¿Qué te ocurre, River?

-Tengo frío, papá.- Mi padre mira a mi madre con expresión triste. Ella baja la vista hacia mi hermano para luego volver a posarla en los ojos azules de mi padre. Este se quita la chaqueta de cuero negro que lleva puesta y se la pone sobre los hombros a River.

-¿Mejor?- Mi hermano asiente, acurrucándose en el interior de la chaqueta.

-Gracias.

Continuamos nuestra marcha hacia la cabaña del lago, que está a algo más de una hora caminando, pero como esta vez somos un grupo más numeroso y que no avanza con la misma rapidez con la que lo hago yo, supongo que no llegaremos hasta dentro de unas dos horas aproximadamente.

-Mamá, habrá que cazar algo, ¿no crees?- No miro a mi madre al pronunciar la frase, me dedico a observar el lecho nevado que tengo bajo mis pies. Hay algo que odio de la nieve: que me hace dejar huellas. Aunque no estemos en peligro ni nada por el estilo, me siento un blanco fácil si camino sobre nieve, ya que mi rastro es muy fácil de seguir.

-Sí. -Mira de nuevo a mi padre. -Peeta, creo que Less tiene razón. ¿Por qué no os vais adelantando mientras nosotras cazamos algo?

-Perfecto. Vamos, River.- Mi padre le coge la mano a mi hermano y acelera la marcha, no sin antes dedicarnos a mi madre y a mí un saludo con la mano.

-Espero que se acuerde de como llegar.- Sonríe mi madre mirando hacia donde se acaban de ir.

A pesar del frío y de la nieve, podemos cazar facilmente un par de conejos que andaban despistados, ya que la nieve nos ayuda mucho a seguir el rastro de los animales. A mi madre se le ocurre que quizás deberíamos hacernos con algo más para no tener que salir luego a por la cena. Levanto la vista al cielo en busca de pájaros y, al ver un sinsajo posado al lado de su nido, se me ocurre una buena idea.

-Sígueme.- Le digo a mi madre haciéndole un gesto con la mano. Tardo diez minutos en encontrar lo que buscaba, pero al final lo veo: un nido de codorniz vacío situado a unos siete metros del suelo y que cuenta con cuatro pequeños huevos en su interior.

-¿Para qué querías venir aquí?- Me pregunta mi madre cuando se da cuenta de que no hay ningún animal cerca. Señalo el nido vacío y ella me dedica una sonrísa. -¿Vas a cogerlos?

Antes de que termine la frase yo ya estoy trepando. Llevo haciendo esto practicamente toda mi vida, ya que aprendí a trepar incluso antes que a utilizar un arco. En poco tiempo llego a la rama del nido y me cuelgo de ella, ya que no es lo bastante gruesa como para andar por ella. Agarro los huevos y me los meto en el bolsillo de la caqueta, bajo con cuidado y, cuando estoy a dos metros del suelo, me dejo caer.

-Listo. Hay muchos por esta zona, los descubrí hace unos meses.- Enseño los huevos a mi madre, que me mira asombrada.

-Me hubieran venido muy bien cuando tenía tu edad. ¿Crees que seré capaz de hacerme con algunos?

-¡Claro! Creo que hay otro diez metros hacia allá.- Señalo un punto en dirección sur y nos dirigimos hasta allí.

En media hora ya tenemos casi una docena de huevos y decidimos que, sumados a los dos conejos que ya teníamos, será suficiente para todo el día, así que nos dirigimos a las casita del lago. Tardamos aproximadamente hora y media en llegar, ya que nos hemos desviado bastante para poder cazar y, afortunadamente, River y mi padre han llegado sin problemas y han encendido un buen fuego, cosa que agradezco porque cada vez hace más frío. Me acurruco junto a mi hermano y le ofrzco unas hojas de menta que he recogido por el camino. Las acepta y yo me meto un par de ellas en la boca. Mis padres se unen a nosotros e intentan sacar un tema de conversación, yo me esfuerzo por comentar algo pero no estoy de humor como para hablar alegremente sabiendo que una de las personas más importantes de mi vida está a kilómetros de distancia, luchando en una guerra que comenzó mucho antes de que ambos naciéramos. Necesito saber si está bien, si hay novedades.

-Papá, ¿has hablado con Haymich?

-Sin novedades, Less.- No hace falta que le especifique lo que quiero saber, me conoce demasiado bien como para no darse cuenta de que estoy preocupada por Finnick. - Pero no te preocupes.

Miro hacia el suelo decepcionada, no sé por qué, pero tengo un mal presentimiento. Quiero llorar, pero no delante de mi familia. Quiero gritar, pero donde nadie pueda oirme. Quiero correr y no parar nunca. Volver al tren que me llevó al Capitolio, subir al techo durante la noche y encontrarme allí con Finnick. Quiero verle. Necesito verle. Entonces mi cuerpo reacciona de una manera que mi mente no se esperaba, me levanto de golpe y empiezo a correr, ni siquiera me molesto en coger mis armas. No sé a dónde me llevan mis piernas, pero tampoco me importa y, tras casi veinte minutos corriendo por el bosque sin parar, tropiezo con la raiz de un árbol. No me levanto, me quedo sentada, apoyada en su tronco, mirando al cielo, y, sin saber por qué, empiezo a llorar. Me he dado cuenta de que no soy tan fuerte como pensaba, de que solo soy una cría de catorce años con complejo de heroína. Me creo que soy como mi madre, fuerte y valiente, pero no es así. Solo soy una niña que se ha ido a enamorar en el peor momento posible y de la peor persona posible, no porque Finnick sea mal chico, sino porque está lejos, muy lejos, y no hay nada peor que amar en la distancia.

-Less...- Mi madre se arrodilla a mi lado. Se me había olvidado que es la única que puede seguirme el ritmo en el bosque. La miro a los ojos y la dedico la más triste de las sonrisas.

-Debes pensar que no soy más que una niña llorona.

-Para nada. Eres una de las personas más fuertes que conozco.

-Eso es mentira. Papá y tú sois muchísimo más fuertes.

-Es un tipo diferente de fuerza, Less. Tú padre y yo tuvimos que hacernos fuertes debido a las circustancias. Tú eres fuerte porque siempre has sido fuerte, ¿lo entiendes?

-No. Quiero decir, si fuera fuerte no lloraría por tonterias.

-¿Tonterías? ¿Que la persona a la que quieres esté luchando a kilómetros de ti te parece una tontería? Mira, no quiero asustarte, pero tienes que saber que hay un riesgo, Less. Los rebeldes quieren hacerme daño a mí, así que irán a por las personas a las que quiero. Como tú. Por eso tienes que mantenerte firme y, aunque te duela, tienes que seguir adelante.

-Lo sé, pero no entiendo qué pinta Finn en todo esto. Tanto él como Annie estarían mejor aquí con nosotros.

-Eso no te lo discuto, pero te recuerdo que Annie también fue vencedora y que su marido, Finnick, participó en la guerra al igual que yo. Vienen a por nosotros porque saben que somos los que podemos levantar a los distritos.

-Tengo un mal presentimiento, mamá. Tengo miedo.- Mi madre me abraza tan fuerte, que hasta me duele, lo que me ayuda a centrarme en la realidad.

-No te preocupes, cariño.- Me susurra. -No permitiré que te hundan.

Regresamos caminando a la casa del lago, donde nos esperan mi padre y mi hermano con expresión preocupada. Mi madre mira a River y después a mi padre.

-¿Qué sucede? ¿Acaso no podemos echar nuestras carreritas por el bosque?- Mi madre y yo sonreimos y ella mira a mi padre como diciéndole ''todo está bien''. Está claro que lo de las carreras era para no preocupar a River.

La mañana transcurre con normalidad hasta después de comer, cuando mi padre se aparta para hablar con Haymich a través del transmisor. Hablan durante casi media hora, lo que a mi madre y a mí nos hace preocuparnos. Cuando regresa, aprovechamos que River se ha quedado dormido para que nos explique que ocurre.

-Los rebeldes han llegado muy fuertes al 4. Al parecer cuando derrocaron al Capitolio aumentaron en número por lo que no les costó demasiado acabar con los tres primeros distritos. Pero al llegar al 4 se dieron una gran sorpresa, ¿sabeis? A los habitantes del 4 no les pilló tan desprevenidos como a los de los distritos 1, 2 y 3, por lo que estaban más preparados.

-¿Qué quieres decir?- Le interrumpe mi madre mirándole fijamente a los ojos. Mi padre esboza una gran sonrisa.

-Que están resistiendo el ataque. Se niegan a ser derrotados tan facilmente y están luchando. Además la gente de allí es fuerte, los pescadores saben urilizar arpones y tridentes y están acostumbrados a cargar con pesadas redes.

-Entonces...

-¡Tal vez la guerra esté a punto de acabar!- Mi padre está muy contento, aunque estoy segura de que no tanto como yo. El 4 está aguantando. Está resistiendo el ataque. Seguro que Finnick está bien. Ambos reimos a carcajadas, si siguen luchando lo más probable es que toda esta pesadilla acabe pronto. Aún así, mi madre no se ríe, mira fijamente el lecho de nieve con el ceño fruncido, pensando. -Katniss, todo saldrá bien, ¿no te das cuenta?

-¿En serio creeis que el Capitolio se dejará ganar tan rápido? Os recuerdo que no se caracterizan precisamente por ser demasiado justos o compasivos. Seguro que tienen un plan B.

-Bueno, puede ser. Pero eso no quita el hecho de que, como ya he dicho antes, en el 4 son fuertes. Katniss, por favor, ten esperanza.- Mi padre sigue esforzándose por animar a mi madre, por hacerla creer que todo acabará pronto, pero puede que ella tenga razón y los rebeldes no vayan a ponérselo fácil.

-Papá, tal vez tenga razón.- Aporto. -No deberíamos confiarnos.- Ahora es él el que se queda callado, meditando sobre algo.

-Ahora que lo dices, seguro que llevais razón. Como los paracaídas que tiraron el el Círculo de la Ciudad hace quince años.- Los músculos de la cara de mi madre se tensan al recordar la escena, ya que esos paracaídas explosivos fueron los que mataron a mi tía Prim. -Hablaré con Haymich, ahora está con Plutarch, organizando las estrategias y ayudando en todo lo posible. Le diré que tengan cuidado, aún no está todo ganado.

River despierta poco antes de la hora de la cena y ambos decidimos que podemos jugar con sus soldaditos mientras nuestros padres la preparan. Al principio, como es normal, me parece una tontería, al fin y al cabo estamos refugiados en el bosque para que no nos maten y no me parece un buen momento para jugar, pero luego me doy cuenta de que mi hermano pequeño no sabe nada, que es normal que quiera jugar ya que, para él, esto no es más que una acampada familiar.

Para cenar nos acabamos el conejo que ha sobrado de la comida y la mitad de los huevos de codorniz. La noticia de que el 4 está resistiendo los ataques ha actuado de manera positiva y todos estamos bastante más relajados, incluso mi padre se anima a cantar un cancioncilla junto a mi hermano River para alegrar un poco el ambiente. Mi madre y yo nos dedicamos a compartir experiecias y anécdotas vividas en el bosque y a compartir los lugares más interesantes que hemos ido descubriendo con el tiempo. Para culminar, damos una vuelta por los al rededores para recoger bayas y al cabo de tan solo quince minutos ya contamos con un buen puñado así que nos vamos a dormir con las tripas llenas. La casita del lago es pequeña y no cuenta con otra cosa que con una pequeña chimenea, por lo que tenemos que dormir en el suelo, sobre unas mantas que guardamos en una esquina de la cabaña. A pesar de todo, no hay sitio que me guste más que este, ya que me permite quedarme dormida con el olor a bosque en mi nariz, y para mí, no hay nada más perfecto que eso. Mis ojos empiezan a cerrarse antes incluso de lo que desearía, y, por mucho que intento aguantar, me quedo dormida en menos de un minuto.



-Qué ganas tenía de volver a verte, Less.

-Y yo a ti, Finn. No puedes hacerte a la idea de lo preocupada que he estado todo este tiempo.- Finnick y yo nos encontramos en una playa, sentados en la arena con la ropa mojada.

Hace calor, y no hay indicios de que haya nevado en mucho tiempo. Mi cuerpo disfruta con la humedad y el frescor del ambiente, miro hacia delante, y solo veo mar. Un mar que parece no acabarse nunca, que incluso se llega a juntar con el cielo, de un color naranja muy suave, para dejar que un brillante Sol se oculte tras de él. Los ojos de Finnick parecen más claros que nunca debido a la hermosa luz del ocaso reflejada en ellos. Su pelo cobrizo le cae sobre las cejas en despeinados tirabuzones en los que me dan ganas de enredar mis dedos para envolverme en otro de sus besos.

-¿Por qué me miras?- Me dice sonriendo.

-Eres perfecto.- Le contesto mirandole a los ojos.

Él me dedica una de sus irresistibles sonrisas y se acerca lentamente hacia mi, haciendo que nuestras húmedas narices se toquen. Apoya su frente sobre la mía y me mira seductoramente.

-Y soy tuyo.- Me susurra al fin, echándome el aliento en la cara.

Soy yo la que se acerca a él para posar mis labios sobre los suyos pero él no duda en corresponderme el beso. Nuestros labios se mueve cordinadamente y nuestras lenguas parecen encajar a la perfección en la boca del otro. Lentamente, me coloca su mano sobre el cuello y, acariciandome la espalda con la yema de los dedos, la va bajando hasta tenerla sobre mi cintura. Yo hago lo que estaba deseando desde hace ya un rato y enrredo mis dedos en su pelo. Me inclino más subre su cuerpo hasta que él se queda en el suelo, apoyado sobre los codos, me mira mientras se muerde el labio inferior, cosa que me provoca un escalofrío. Clavo mis manos en la arena, justo por debajo de sus axilas, y me coloco encima suya. Le dedico una sonrisa traviesa y vuelvo a besarle, esta vez el cuello en vez de la boca, él me levanta la barbilla con la mano derecha, haciendo que nuestros ojos vuelvan a encontrarse, y me besa en la boca. No paramos en ningún momento, seguimos besándonos, quien sabe si durante minutos u horas. Se sienta de manera que yo quedo totalmente sentada sobre su regazo. Introduce sus manos bajo mi camiseta mojada, y me acaricia la espalda de la manera más dulce que existe, yo hago lo mismo, arrastro mis manos sobre su espalda, fuerte y suave al mismo tiempo.

 
 
Una voz alterada me despierta de mi maravilloso sueño. Abro los ojos pero todo sigue igual. Mis padres duermen abrazados en un rincón de la habitación, y mi hermano descansa a un par de pasos de mí. Pero la voz sigue ahí. Entonces me percato, a penas a un par de metros de mis padres hay un pequeño auricular de color balnco, del que sale la voz, cada vez más alterada y nerviosa. Me acerco sigilosamente para no despertar a nadie, cojo el auricular y me lo pongo en la oreja. Los gritos de Haymich son tan fuertes que no entiendo como no han despertado a nadie más.

-¡Peeta! ¡¿Estás ahí?! ¡Peeta contesta!- No digo nada, ya que sé que si Haymich sé da cuenta de que no es mi padre el que está escuchando, no sirá nada. -¡Peeta! ¡Acaban de bombardear el Distrito 4!

viernes, 21 de diciembre de 2012

CAPÍTULO 6.

Durante unos minutos me quedo totalmente inmóvil, sin mover ni un solo músculo, con los ojos cerrados para no tener que parpadear, y vuelvo a derrumbarme. ¿Por qué me he comportado como una imbécil? Un enorme sentimiento de rabia e impotencia recorre mi cuerpo, tengo ganas de gritar, de llorar y no parar nunca, necesito desahogarme como sea. Me pongo de pie bruscamente y le pego una patada a la silla tirándola a un par de metros de distancia, grito todo lo fuerte que me permite mi garganta y le doy un manotazo a la lampara que hay sobre el escritorio, esta cae al suelo, donde se hace añicos. A los pocos segundos mi madre irrumpe en el estudio.

-Less, ¿qué ha pasado? ¿Te ha hecho daño?

-No, mamá. Yo se lo e hecho a él. Y lo peor es que aún no se porqué.- Mi tono de voz se eleva más de lo normal y las lágrimas siguen resbalando por mis mejillas.

-Sé que es duro, cariño. Pero tienes que ser fuerte.- Mi madre se acerca a lospedazos de la lámpara rota y los amontona con cuidado. Yo me agacho para ayudarla. -No hace falta, Less, ya me encargo yo.- No la hago caso y sigo amontonando los pequeños trocitos de cristal.

-Pero es que no puedo, mamá. De verdad que intento ser fuerte, pero esta situación puede conmigo.- La rabia que sigue acumulada en mi interior provoca que deje de prestar atención a los cristales. -Trato de autoconvencerme de que todo saldrá bien, pero siempre hay una parte de mí que me dice que no. Que no volveré a verle.

-No, eso no pasará, te lo prometo. Sé que ahora lo ves difícil, pero al final todo tiene un fin, Less, tanto lo bueno como lo malo. Esta guerra no puede durar para siempre... ¡Less! ¡Estás sangrando!- Me miro las manos y me doy cuenta de que uno de los pequeños cristales se ha clavado en mi mano izquierda, aunque apenas noto nada.

-No te preocupes. Es solo un corte.- Aún así mi madre instiste en llevarme a la cocina para limpiar y vendar mi herida que, a pesar de no ser muy grande, sí que es bastante profunda y ha empezado a sangrar cada vez más.

-Mamá, ¿cómo lo hiciste?- La pregunto mientras me venda la mano. -¿Cómo hiciste para no volverte loca cuando el Capitolio secuestró a papá?- Ella no levanta la mirada de mi herida, y noto en su cara una expresión de dolor y tristeza. Sé que para ella es muy doloroso hablar de estos temas, pero necesito saberlo.

-No lo sé.- Se encoge de hombros. -Supongo que intentaba concentrarme en otras cosas, aunque en el 13 no había demasiado entretenimiento y eso me lo ponía bastante difícil. Tan solo intenta pensar en otra cosa, Less. Sé que es duro, y que te acabarás acordando de él en algún momento del día pero... No sé, tan solo inténtalo.

-¿Y en qué puedo pensar en este momento, mamá?

-Bueno, tu hermano no sabe nada de lo que está pasando ahí fuera, Less. Cree que mañana nos vamos de excursión al bosque así que le resultará bastante raro verte tan afectada por algo así. ¿Por qué no juegas con él un rato?

-Está bien.- Contesto. -¿Falta mucho?

-En seguida acabo. Piénsatelo dos veces antes de volver a romper una lámpara, ¿vale?- Después pega al venda con un trozo de esparadrapo y me sonríe. -Ya está.

Tal y como me ha sugerido mi madre, me uno de nuevo a mi padre y a River, que ya han empezado la partida.

-Hemos tirado por vosotras, no os importa, ¿no?- Mi padre nos sonríe mientras mi hermano me mira la venda de la mano izquierda, pero aún así no dice nada y se limita a ignorar mi herida, cosa que agradezco.

Tras una mañana de juegos en familia, River va a buscar a Haymich para que venga a comer, momento que agradezco para subir a mi habitación y quedarme a solas un rato. Mi madre tenía razón, me está resultando terriblemente difícil dejar de pensar en Finncik y en la guerra, y hay momentos en los que no puedo evitar acordarme. Me tumbo en mi cama mirado hacia el techo, y entonces un horrible recuerdo llega a mi mente. La pesadilla de la otra noche, en la que Finnick es acribillado a balazos delante de mis narices, sin que yo pueda hacer nada para evitarlo. Sacudo la cabeza, intentando espanar ese tipo de pensamientos, me levanto de la cama y entro en el baño de mi habitación para lavarme la cara. Para colmo, me veo obligada a ver el reflejo que produce el espejo. No me gusta lo que veo. Nada. Pero, no sé por qué, mi cuerpo no quiere moverse y me obliga a quedarme ahí, mirándome. El espejo refleja una figura totalmente diferente a la que hubiera reflejado hace un par de semanas. Estoy más delgada, al menos, cinco o seis kilos. Mi pelo oscuro cae por mi hombro derecho recogido en una trenza, pero aún así está bastante despeinado. Pero lo que más me asombra es la expresión de mi cara. Mis facciones, siempre han sido redondas y algo rollizas, mientras que ahora, mi rasgos se muestran más angulosos y marcados que nunca. Mis mejillas están algo huecas, aunque no tanto como las de los pobres niños de la Veta. Mis ojos siempre han sido la parte que más me gusta de mi cuerpo, de un color azul muy bonito y siempre llenos de vitalidad, pero ahora mi mirada no expresa otra cosa que no sea pena. Unas enormes bolsas acompañadas de unas muy marcadas ojeras reposan bajo mi párpado inferior, además, mis labios están secos y cortados. Si a todo esto le sumamos el desastre que mis lágrimas han formado en mi cara, las quemaduras que aún no han acabado de cicatrizar, la brecha en mi sien derecha y la venda de mi mano izquierda, el resultado que obtenemos no es ni mucho menos satisfactorio. Definitivamente, estoy en mi peor momento.

-Vamos, Less. Sé fuerte.- Le susurro a mi reflejo y después bajo al comedor donde todos están ya sentados en la mesa, esperándome para empezar a comer.

En la mesa, nadie habla, cosa que es raro, porque hasta en los peores momentos River se pasa todo el rato bromenddo con Haymich. Al principio, mi hermano intenta sacar un tema de convesación, como hace siempre, pero cuando se da cuenta de que todos contestamos con monosílabos, al final se rinde. Cuando acabamos de comer, llevo mis platos a la cocina y los friego, mientras mi hermano me pasa los suyos para que los enjuague también.

-Estás muy rara, Less. ¿Te pasa algo?

-No es nada, River. Estoy bien.

-¿Seguro? No lo parece.

-Seguro. Solo que estoy algo cansada, ultimamente no duermo muy bien, ¿sabes?- Mi hermano me mira a los ojos con el ceño fruncido. No se fía demasiado, pero no me cuestiona y se va.

Cuando salgo de nuevo al salón, veo que mis padres hablan con Haymich en un rincón, para que River no pueda oirles. Me acerco a ellos, sea lo que sea de lo que están hablando, quiero enterarme.

-...Y podremos estar conectados las veinticuatro horas del día. No habrá ningún problema.- Les explica Haymich a mis padres. Mi padre es el primero que se da cuenta de que estoy ahí y me acerca hacia él para darme un gran abrazo. Mi madre le habrá contado todo lo que la he dicho esta mañana así que no dudo en devolverle el abrazo con todas mis fuerzas.

-Less, Haymich nos explicaba como funciona el transmisor que llevaremos mañana para estar en contacto.- Me dice mi padre casi susurrando, ya que River no está tan solo a unos dos metros.

-Amm, ¿quién lo llevará?- La verdad es que el tema me interesa bastante, ya que cuando esté en el bosque, ese transmisor será la única manera de saber lo que pasa en la guerra.

-Peeta.- Contesta Haymich.

-Oh, ¿qué haremos cuando lleguemos al bosque? ¿a dónde iremos?

-Bueno, hemos pensado que podemos quedarnos en la casita del lago hasta que los rebeldes estén más cerca. Es el único refugio que tenemos y cuanto más tiempo podamos pasar en él, mejor.- Nos explica a todos mi madre. -Al fin y al cabo el invierno está siendo frío y no podemos permitirnos pasar la noche a la interperie, al menos por ahora.

-Buena idea.- La apoya mi padre. -Less, ¿por qué no subes y preparas una ligera bolsa? No cogas demasiado, solo lo imprescindible, ¿de acuerdo?

-Vale. -Y subo las escaleras camino a mi habitación.

-¡Less!- Me llama mi madre. -Llévate a tu hermano y ayúdale con la suya ¿quieres?- Le hago un gesto a mi hermano para que me siga y no vamos primero a su habitación.

-Veámos, River. Ya sabes que mañana nos vamos de excursión, ¿verdad?

-Claro.

-Bien, mamá ha dicho que tenemos que preparar una bolsa con lo que queramos llevar, pero solo lo que sea totalmente necesario. No podemos ir muy cargados. -Mi hermano me lanza una mirada de entusiasmo, lo que me anima un poco, ya que preparar el equipaje con mi hermano puede ser una gran distracción.

-Entonces... ¿Cuántos juguetes puedo llevarme?

-¿Pero qué parte de ''solo lo necesario'' no estiendes?- Le contesto sonriendo. -Nada de juguetes.

-Venga, Less, por favor...- Mi hermanome pone una cara de cachorrito, que, junto con esos ojitos grises y esos tirabuzones cayendo sobre ellos, hace que seas incapaz de resistirte.

-¿Sabes qué? Espera aquí.- Salgo de la habitación de mi hermano y me voy a la mía, donde, tras rebuscar en el armario, encuestro un pequeño saquito que antes utilizaba para guardar bayas. Es justo lo que necesito, ya que es tan pequeño que se puede atar a un cinturón, pero al mismo tiempo, servirá para que mi hermano guarde algún juguetito pequeño.

-¿Qué te parece? -Le digo tirando el saco sobre sus rodillas.- Podrás llevar lo que quieras, siempre y cuando entre dentro de este saco. ¿Hecho?

-Hecho.- Me contesta River alegremente mientras me choca la mano. No tarda ni un minuto en decidir lo que quiere llevar, así que en poco tiempo, de devuelve el saco, que ahora está lleno de soldaditos de plomo.

-Me los regaló Haymich por mi último cumpleaño, ¿recuerdas?- Cojo uno de los soldaditos y lo observo detenidamente. Nunca me había parado a apreciar los detalles, que son asombrosos. Cada linea, cada trazo que el fabricante había hecho en esos soldaditos eran perfectos. A Haymich debieron de costarle bastante dinero.- ¿Y bien?

-Me parece muy buena idea, River. Has elegido bien.- Mi hermano me dedica otra de sus sonrisas y en seguida baja a decírselo a nuestros padres. Así que yo vuelvo a mi habitación para preparar mi bolsa.

Yo no tengo que pensarme nada. Un par de mudas, unos pantalones de repuesto y un par de camisetas más. Mi equipaje apenas ocupa la mitad de la bolsa que tenía pensado llevarme así que me paro a pensar que más podría llevarme. Por un momento me imagino que pasaría si bombardearan el 12. Por supuesto, todas nuestras pertenencias serían carbonizadas así que tengo que coger todo aquello que no quiero que sufra ningún daño. Lo primero que se me ocurre es el libro de las plantas de mi madre, no solo es muy importante para ella, sino que también podría servirnos de gran ayuda así que bajo a buscarlo al estudio. Cuando cojo el manual de las plantas y me fijo en una especie de libro hecho con papel de pergamino, la curiosidad me puede y lo abro por una página al azar en la que se puede leer, escrito a mano:

<<...Por todo eso y por más, me alegro de haber conocido al fabuloso Finnick Odair, un gran amigo que dió su vida luchando por un mundo mejor para su mujer Annie, y para el hijo que esperaban.>>


A continuación había una foto de un bebé recién nacido, que debería de ser Finnick.

Reconozco la letra, es la de mi madre. Vuelvo a pasar las páginas.

<<...Todas aquellas peleas, aquellas risas en la panadería junto a nuestros padres, son cosas que jamás podré olvidar de mis hermanos.>>

Esta es la letra de mi padre. Todo es muy raro, nunca había visto a mis padres escribiendo este libro, ni siquiera les había visto leyéndolo. Entonces se me viene a la cabeza un recuerdo de hace varios años. Estábamos en el jardín todos juntos cuando mi madre empezó a explicarle a mi padre algo sobre un libro lleno de recuerdos. Yo era muy pequeña y por aquel entonces no lo entendí, pero ahora lo entiendo todo. Cuando la guerra acabó, mis padres decidieron escribir una especie de libro en el que iban apuntando todos los buenos recuerdos de las personas que murieron en la guerra. Vuelvo a hojear el libro.

<<...Cada vez que Lady lamía la mejilla de mi hermana Prim y ella soltaba una risita tonta...>>

<<...Las galletas de crema que hacía mi padre eran mis favoritas...>>

<<...El talento de Cinna era innegable...>>


Y un montón de cosas más, todas escritas a mano. Algunas están acompañadas por fotografías o dibujos. Pero estoy segura de que todas ellas fueron escritas con lágrimas en los ojos. Tengo en mis manos un diario escrito por mis padres en el que se narra todo lo que han pasado, pero solo los momentos felices, nada de guerras o dolor, solo aquello que merecen la pena ser recordado. Cuando por fin decido que también quiero salvar este libro, algo cae de entre sus páginas, produciendo un sonido metálico al caer la suelo. Me agacho a recogerlo y apenas tardo un segundo en darme cuenta de lo que es: el broche del sinsajo de mi madre.

Salgo del estudio y me aseguro de que nadie va a molestarme, después, me encierro en mi habitación, me meto en la cama y abro de nuevo el libro de mis padres. Paso las páginas hasta llegar a la que me interesa, la foto de cuando Finnick era un bebé. Ya por entonces era bastante mono: piel blanquita y una mata de pelo castaño sobre su cabeza, al parecer, el tono cobrizo lo fue adquiriendo con el paso de los años. Lo sujeta una mujer joven, de unos veinti pocos años, con el pelo de un castaño casi negro y los ojos verde oscuros. La mujer sonríe, pero algo en su cara delanta que no es feliz del todo, según mi madre, Annie nunca ha sido la misma desde que su marido Finnick murió. Paso la página y me encuentro con otra foto, en esta también sale Finnck aunque más mayor, incluso diría que demasiado mayor. Entonces me doy cuenta de que no es Finnick, o al menos el que yo conoczco, sino su padre, el famoso Finnick Odair que murió en la guerra antes de conocer a su hijo. Ahora entiendo porqué Annie había decidido llamar a su hijo igual que a su marido, que en esta foto no tendría más de veinte años y que es una copia casi exacta de su hijo: El mismo pelo, los mismos ojos color verde mar, los mismos mechones alborotados que les caen sobre la frente, incluso tienen el mismo cuerpo, ambos muy atlético y musculado. La sonrisa también es la misma, blanca y seductora. Me hubiera encantado conocer al primer Finnick Odair, al padre de la persona de la que estoy enamorada.

Sigo leyendo el libro, página por página, con lágrimas en los ojos. Me sumerjo tanto en sus historias que no me doy cuenta de que alguien entra en la habitación.

-¿Leslie?- Mi madre me mira desde la puerta. -¿De dónde has sacado eso?
-Lo encontré en el estudio. No sabía que no podía cogerlo.- Me incorporo secándome las lágrimas.

-No, si sí que puedes pero... Hubiera preferido enseñártelo yo cuando llegara el momento. Cuando fueras algo mayor.

-Mamá, creo que tanto tú como yo estamos de acuerdo en que ambas hemos tenido que madurar demasiado pronto.

-Tienes razón.- Se sienta en el borde de la cama, mirando el libro. -¿Te importa que lo veamos juntas?

Niego con la cabeza y la hago un hueco para que se tumbe a mi lado. Abro el libro por la página que estaba leyendo y me doy cuenta de que a mi madre se la llenan los ojos de lágrimas al ver una foto de su hermana Prim, aunque no llega a derramarlas.

-Guapa, ¿verdad?- Me dice acariciando la foto.

-Sí. Pero no se parece a ti.

-Yo me parecía a mi padre, Less. Prim era más parecida a tu abuela.- Me quedo mirando esa foto vieja durante unos segundos. La niña que aparece en ella no tendría más de siete años. -Me gustaría tener una foto más reciente, pero después de que muriera mi padre no hicimos muchas fotos, la verdad.

-¿Cómo era? Nunca me has contado nada de tu hermana.- Mi madre mira la foto de nuevo y ahora no puede evitar dejar escapar un par de lágrimas.

-Maravillosa. Siempre sonreía a todo el mundo, se hacía querer. No había cumplido los catorce años cuando empezó a trabajar en el hospital del 13 y...

-No hace falta que sigas. Podemos dejarlo. No quería...

-No te preocupes, Less.- Me interrumpe. -Estoy bien. ¿Has visto la foto de Finnick?

-Sí. La de su padre también, se parecen mucho.- Mi madre suelta una pequeña risita, también algo triste, y pasa las páginas hasta llegar a la foto.

-Si te impresiona en la fotografía deberías haberle visto en persona. -Sonrío. -¿Sabes qué, Less? Finnick se enteró de que Annie estaba embarazada por teléfono, pocos días antes de que muriera.- No sé que decir. Es horrible, por supuesto, pero no se me ocurra nada que no le traiga un mal recuerdo a mi madre.

-Me hubiera gustado conocerle.

-Os hubierais llevado bien. Era tan parecido a su hijo...- Mi padre entra a la habitación.

-¿Interrumpo?

-No. -Contesta mi madre. -Less ha encontrado el libro.

-También he encontrado esto. -La pongo el broche del sinsajo en la mano. -Era tu símbolo ¿no?

-Así es. -Mi madre lo observa de cerca.

-Pensé que si los rebeldes llegaban al 12, todo esto se perdería. En mi bolsa queda sitio, podemos llevárnoslo.

-Chicas, -Interrumpe mi padre. -No me gustaría estropear esta conversación madre e hija pero la cena está lista.

-Vaya, -Sonrío. -Si que pasa rápido el tiempo cuando lees.- Nos levantamos de la cama, metemos los libros y el broche rn mi bolsa y seguimos a mi padre hasta el comedor.

Tras una cena sin novedades me despido de Haymich y subo a mi habitación. Echo un último vistazo al libro de mis padres y me meto en la cama, arropada hasta el cuello.

-Buenas noches, Finnick.- Susurro mirando al techo. Sé que no puede oirme, pero una parte de mí espera que mi mensaje llegue a sus oídos. -Te quiero.

domingo, 2 de diciembre de 2012

CAPÍTULO 5.


Cuando regreso al salón, mi madre es la única que está allí, supongo que mi padre habrá subido a descansar. Me siento al lado de ella, sin esperar lo que estaba a punto de suceder.

-Después de hablar con Annie, he pensado que lo mejor será que nos vayamos durante esta semana. Sé que te parecerá algo prematuro, pero lo mejor será estar bien alejados para cuando las tropas rebeldes lleguen al 12. Haymich se quedará aquí, informándonos sobre la guerra a través de un transmisor.

-Yo...No puedo irme, mamá.

-Less, aunque te quedaras, no podrías evitar que los rebedes se hagan con el poder.

-No es por eso. -Me esfuerzo en hablar más alto, ya que hablo prácticamente susurrando, pero no puedo evitarlo, ya que estoy dispuesta a contar a mi madre la verdad. -Es por Finnick... Le quiero.- Mi madre me mira fijamente, como si no me siguiera, o como si más bien no quisiese hacerlo.- Digamos que salimos juntos desde el tren.

-¿Estás segura, Less?- Asiento.- Bueno, sé que querer demasiado a una persona en una situación como esta, puede ser difícil, y más si está lejos. Pero no puedes quedarte. Lo siento mucho, en serio. Y si él te quiere de verdad, querría que estuvieras a salvo.

-No, si es lo que me ha dicho. Que me vaya al bosque. Pero... No sé, no me sentiría bien huyendo de todo mientras él lucha en una guerra.

-Less, Finnick estará bien. Te prometo que todo saldrá bien.

-¿Y tú como la sabes?- Noto como las lágrimas se acumulan en mis ojos al decir estas palabras, y que estallan al ver que mi madre no responde. Ella me abraza fuertemente y yo me derrumbo, no sé muy bien si por no poder quedarme, por no poder ver a Finnick, o por todo lo acumulado durante estos días, sospecho lo tercero. Mi madre, por su parte, me besa la cabeza, me acaricia la espalda o simplemente me dice algunas palabras de consuelo, pero ya ni eso ayuda. Yo sigo llorando sin parar, dejandolé a mi madre el hombro empapado de lágrimas.

-¿Por qué está pasando todo esto, mamá? ¿Acaso no luchaste para evitar esto?

-No lo sé, Less. No lo entiendo. Todo esto es imposible.- Por el tono de voz de mi madre, adivino que también llora. Entonces, veo a mi padre bajar por las escalera, me calmo poco a poco, y suelto a mi madre.

-¿Qué pasa?- Mi padre no se sienta en el sillón, en vez de eso se arrodilla delante nuestra, mirándonos a las dos con ojos preocupados. Me froto los ojos con las manos, secándome las lágrimas.

-Less, ¿por qué no te duermes un rato? Creo que lo que más necesitas ahora mismo es descansar.- Asiento. Entiendo perfectamente que mis padres quieran quedarse un rato a solas hasta que venga River, además, creo que dormir me vendrá bien.

Me levanto del sillón y subo las escaleras que llevan al piso superior, donde están las habitaciones, pero antes de llegar a mi habitación, me parece oir a mis padres hablar de Finnick. No puedo evitar tumbarme en el suelo y pegar la oreja a la barandilla de la escalera para escuchar.

-...parece buen chico, Katniss. No te preocupes.

-Lo sé. Pero Leslie es muy pequeña aún.

-Oh, vamos, Katniss. Sabías que este momento tendría que llegar algún día.

-Sí. Pero no me esperaba que llegara tan pronto. Peeta, no tiene ni quince años.

-¿Y acaso eso importa? A mi me parece bien, mientras se quieran.

-La verdad es que Less parece quererle, ya has visto como se a puesto cuando se ha enterado de que Finnick se va a la guerra.

-Lo sé. ¿Por eso no quiere venir al bosque?

-Eso me ha dicho. Dice que no la parecería bien huir mientras él se queda luchando en el 4.

-Bueno pero ella no puede hacerle cambiar de opinión si lo que verdaderamente quiere es luchar.- Por un segundo ambos se callan, empiezo a pesar que tal vez me han visto, pero entonces mi madre vuelve a abrir la boca.

-¿Que vamos a hacer, Peeta? No quiero que Leslie sufra pero tampoco estoy dispuesta a quedarme a luchar si los niños no están a salvo. Tal vez lo mejor sea que te los lleves al bosque. Less tiene razón, fui el Sinsajo y la gente me hará caso.

-¿Estás loca? De ninguna manera, Katniss. Los rebeldes vienen a por ti, no pienso dejarte aquí sola. Somos una familia, ¿recuerdas? O todos o ninguno.

-No pienso dejar que River y Less se queden aquí durante la guerra, Peeta, pero con lo de Finnick...

-Mira, siento mucho decir esto, pero somos una familia y Leslie tendrá que venir con nosotros. Tanto si la gusta como si no.- Entonces me doy cuenta de que mi padre tiene razón, quiero a Finnick, y quiero que esté a salvo. Pero quedarme en el 12 solo serviría para arrastrar a mi familia conmigo, y eso no puedo hacerlo.

-Quiero salir cuanto antes. No quiero arriesgarme a que los rebeldes avancen más rápido de lo que esperamos.

-¿Qué tal pasado mañana?

-Bien.- Mi padres se dan un largo beso, después, se cogen de la mano y se levantan del sillón, caminando hacia la escalera. Ya está. Pasado mañana dejaré atrás mi distrito para adentrarme en el bosque. Tendré que estar descansada así que subo a mi habitación, me meto en la cama y me quedo dormida en menos de un minuto.

Sueño con una enorme pradera, mucho más grande que la del 12. Toda ella está cubierta de hierba y de dientes de león. Camino por la pradera, descalza, maravillándome por la belleza del paisaje, hasta que lo veo a él, a Finnick, delante mía. Lo llamo gritando, pero al parecer no me oye, repito su nombre varias veces, pero al ver que es inútil, salgo corriendo hacia él. Entonces me ve, sonríe y también se acerca corriendo a mí, gritando mi nombre. Pero justo cuando nuestros cuerpos están a escasos centímetros, un temblor hace que los dos caigamos al suelo, y para cuando me levanto, el hermoso prado no está allí. En su lugar, el suelo es de piedra y está cubierto de ceniza, sangre y cadáveres. Finnick está a poco más de cinco metros, vestido de soldado y empuñando un arma de fuego. Y de pronto, antes si quiera de poder llamarlo, unas cinco balas le agujerean el cuerpo, salpicando su sangre por el suelo y haciendo que caiga sobre sus rodillas, para luego quedar tumbado boca arriba, muerto.

Creo que es la primera vez en mi vida que grito durante un sueño. Siempre me he dedicado a tolerar las pesadillas hasta que acaban y a despertarme muerta de miedo, pero al parecer, esta vez he debido de pegar un grito porque mis padres están aquí.

-Solo ha sido un sueño, Less. Vuleve a dormir.- Mi madre me aparta el pelo de la cara y me arropa con el edredón, como cuando era pequeña. Yo asiento, aunque sé que no podré dormirme de nuevo, porque sé que si me niego se quedarán conmigo, y ellos necesitan descansar incluso más que yo.

Cuando se van, me quedo mirando al techo, esperando que tal vez, sea capaz de dormirme de nuevo, pero la imagen de Finnick siendo derribado en la guerra me atormenta incluso despierta. Asumo que no podré volver a dormirme, y como debe de ser por la tarde, decido darme una ducha e ir a buscar a River, es imposible que esté dormido a estas horas. El dolor de cabeza a mejorado muchísimo, al igual que el ardor de mis esxtrmidades, así que bajo hasta el salón, donde me calzo mis botas de siempre y me dirijo a casa de Haymich. Tras tocar el timbre de su puerta, River aparece de golpe.

-¡Less! ¿Por qué no te unes a nosotros? Haymich ha encontrado un viejo juego muy divertido.- En realidad para eso he venido, para distraerme un poco, así que paso a la casa de mi vecino, cerrando la puerta tras de mí.

-¿De qué va ese juego, Haymich?- digo sentándome en el sofá, señalando un tablero de madera redondo que hay sobre la mesa.

-Verás, cuando yo era niño, siendo incluso más pequeño que River, mi padre inventó este juego, era muy bueno trabajando con la madera.- Noto un toque de añoranza en la voz de Haymich, cosa que es normal, así que, no pregunto nada más.- Consiste en ir avanzando por las casillas hasta llegar a la meta. El truco está en que cada casilla tiene una función distinta: Algunas te hacen rotroceder, otras avanzar, otras te proponen un reto...

-Yo he tenido que beber boca bajo en la casilla 11. Haymich es muy malo inventando retos.- Añade mi hermano, sentándose en el suelo y poniendo de nuevo todas las fichas en la primera casilla.

Al final el juego resulta ser francamente divertido. Haymich, River y yo no pasamos toda la tarde riendo y proponiendo reto para el desafortunado que caiga en las casillas 7, 11, 23 y 34. El tiempo se nos pasa volando y al final, mis padres tienen que venir a buscarnos a la hora de cenar, y lo más importante, consigo distraerme.

Durante la cena, todo sigue bien, aunque algo más tenso, pero mi hermano River se esfuerza en mantener una conversación más o menos divertida. Cuando Haymich se levanta de la silla para irse a su casa, veo que mis padres se acercan a hablar con él, así que me preparo para escuchar una novedad sobre la guerra.

-Muchas gracias por todo.- Empieza mi madre. Al parecer no van a hablar de nada interesante.

-No hace falta que me las des, Katniss. Sé que nos estais pasando por un buen momento. Además, todos estamos de acuerdo en que debemos mantener a los críos al margen de esto, y ya que no hemos podido hacerlo con Less... Bueno esperemos que con River sea diferente, ¿no?

-Sí. Lo mejor será que a partir de ahora seamos más discretos. Con los dos.- Añade mi padre. Y ya sé porque ahora tampoco quieren que me entere yo. Todas la novedades en la guerra afectarán, de una manera u otra, a mi relación con Finnick, y como es normal, no quieren darle más vueltas al tema.

-Será lo mejor.- Acaba Haymich, que le da un apretón de manos a mi padre, y una palmadita al hombro de mi madre. Después, le saca la lengua a River, me saluda con la mano y se va.

-Creo que me iré a la cama. Estoy algo cansada.- Me acerco a mis padres para darles un abrazo antes de acostarme.

-Será mejor que descanses, Less. Nos vamos pasado mañana.- Me informa mi padre. Como si no lo supiera.

-Vale.- No digo nada más y subo a mi habitación. Me pongo un pijama y me meto en la cama, tan solo deseando que no se repitan las pesadillas.

Por suerte, no lo hacen. Sueño con Finnick, sí, pero son sueños felices. No recuerdo muy bien de que trataban, pero cuando me despierto, le siento más cerca, como si de verdad hubiera pasado la noche con él. Me quito el pijama, que tiro sin cuidado sobre la cama, y me doy una ducha. Me permito quedarme un rato bajo el chorro de agua caliente e intento poner la mente en blanco. No sé como pero sonsigo relajarme, apartarme de todos los problemas durante unos cuantos minutos, hasta que me doy cuenta de que no puedo estar así todo el día. Me seco con una toalla, me visto, y me seco el pelo. Después, lo peino y lo trenzo sobre mi hombro derecho. Por un momento, pienso en irme de caza, pero mañana mi familia y yo huiremos al bosque, así que decido disfrutar todo lo que pueda de las cosas que no tendré conmigo cuando me vaya. Saco de un cajón algunos materiales de dibujo: Un taco de folios blancos, lápices, gomas de borrar, y pinturas de colores. Me siento frente a la mesa de dibujo que tengo en mi cuarto. Está algo inclinada, hecha de una madera oscura cuyo nombre desconozco, tiene unos pequeños huecos para meter lápices o cosas por el estilo y, mi detalle favorito, en la esquina inferior derecha, tiene grabado con letras doradas ''Leslie Primrose'', claramente, hubiera preferido que pusiera solo ''Less'', pero aún así, me encanta que tenga mi nombre grabado. Recuerdo a la perfección el día que me regalaron esta mesa, era veinticuatro de abril, el día que cumplía once años. Desde pequeña me ha encantado dibujar, siempre lo hacía en el escritorio que tenemos en el estudio, pero cuando mis padres vieron que me lo tomaba bastante en serio, decidieron traerme esta mesa desde el mismísimo Capitolio. Como es lógico, fue bastante cara, pero a mis padres no les importó, ya que tenemos más dinero del que necesitamos, gracias a la panadería de mi padre y al dinero que les concedió el gobierno por tener un papel tan importante en la guerra, sin contar con el que ya tenían acumulado por ser vencedores de los juegos. Me concentro en intentar dibujar algo que no tenga nada que ver con la guerra, con el Capitolio o con Finnick, lo que no es mucho, ya que cualquier pensamiento que pasa por mi cabeza ahora mismo está relacionado con eso, pero al final logro concentrarme en una foto de mi habitación de hace unos seis o siete años. Yo tendría unos siete u ocho años, y en mis brazos sujetaba a un viejo gato, bastante destrozado. Perteneció a mi madre, bueno, a mi tía Prim, más bien, así que cuando acabo la guerra, mis padres se lo quedaron. De pequeña, jugaba bastante con aquel gato carrasposo con el pelaje amarillo embarrado, el hocico aplastado y media oreja mordida llamado ''Buttercup''. El gato murió en el año en el que yo cumplí los nueve años, recuerdo que me puse muy triste, ya que yo nunca he tenido amigos para jugar y Buttercup era una buena compañía, mi madre, por otro lado, se puso triste también, pero no por el gato en sí, sino porque una parte de mi tía se había ido también. Me concentro en dibujar a Buttercup a la perfección, cada detalle, cada imperfección en su pelaje, acordandome solo de recuerdos de la infancia, para nada dolorosos, y consiguiendo apartar mi cabeza de todo lo relacionado con la guerra. Cuando por fin tengo una copia casi exacta de Buttercup dibujada a lápiz en el papel y me dispongo a darle color, alguien llama a la puerta de mi habitación.

-Buenos días. ¿Has madrugado?- Es mi padre, algo depeinado, y aún con los pantalones a cuadros y la camiseta blanca de manga corta que forman su pijama.

-Supongo, la verdad es que no se la hora que es.

-Son las nueve, Less. ¿Desde hace cuanto llevas despierta?

-Pues creo que desde hace hora y media más o menos. ¿Mamá y River siguen dormidos?

-Sí. Intentemos no despertarles, ¿vale? Tu madre hace días que no duerme.- Yo asiento y le invito a que se siente conmigo.- ¿Estás dibujando a Buttercup?

-Sí, pensé que así podría distraerme.

-Pues te ha salido muy bien. Aunque, sin duda, yo lo hubiera hecho mejor.- Opina mi padre, soltándo una carcajada.

-Eso no lo dudes.- Le contesto sarcásticamente, riéndome también. Al final, acabamos el dibujo juntos, y la verdad, nos queda bastante bien, así que decidimos colgarlo con una chicheta en el corcho de la pared de mi habitación, donde tengo clavados los dibujos que más me gustan, además de algunas fotos.

-¿Qué tal si bajamos a desayunar?- Me dice mi padre en voz baja, para no despertar a nadie.

-Vale.- Abro la puerta de mi habitación y bajo silenciosamente hasta la cocina. Mi padre baja por detrás de mí.

-¿Te apetecen cereales?- Me pregunta.

-¿Creales? Papá, este será nuestro último desayuno en condiciones antes de ir al bosque, ¿y tú quieres cereales?- Le pregunto sonriendo y alzando una ceja.

-Tienes razón. ¿Qué sugieres entonces?

-¿Qué tal tortitas? Nos daremos un verdadero festín.

-Buena idea, ve poniendo la mesa, ¿quieres?- Yo asiento y pongo un par de cubiertos en la mesa, saco la nata montada y el sirope del frigorífico, y después ayudo a mi padre con las tortitas. En poco tiempo, un enorme plato rebosante de tortitas descansa sobre la mesa de la cocina. Nos sentamos y nos servimos en uestro respectivos platos. Al rato, unos pasos suenan desde la escalera, y en pocos segundos, como si el olor de las tortitas la hubiera despertado, aparece mi madre, con una vieja camiseta de mi padre de color azul que utiliza como pijama. Va descalza y lleva el pelo suelto en lugar de recogido en su habitual trenza, puede que haya dormido algo, pero las ojeras y bolsas de sus ojos siguen intactas. Aun así, sonríe, me da un fuerte beso en la mejilla y saluda a mi padre con un dulce beso en los labios. Después se sienta y le roba el plato a mi padre justo cuando este iba a bañar sus tortitas en sirope. Él la dedica una mirada traviesa, pero llena de ternura, y se levanta a por otro plato.

-Trae también chocolate caliente.

-¿Qué te pasa esta mañana, Katniss? ¿Acaso las piernas no te funcionan?

-Pues no muy bien, aunque seguro que se arreglan con un masaje, ¿verdad, cariño?- Ambos se ríen, están de un sorprendente buen humor, teniendo en cuenta las circustancias.

-Vaya, mamá, parece que has dormido bien.

-Bueno, las dos horas de sueño no han sido especialmente desagradables. Y tú, Less, ¿has madrugado mucho?

-Un poco. Una vez que me desvelé no pude volver a dormir.- Mi madre se mete un trozo de tortita en la boca mientras llega mi padre con un plato en la mano izquierda y una enorme jarra de humeante chocolate caliente en la otra.

Los tres desayunamos alegremente, comiendo sin parar durante al menos media hora, hasta que aparece River, quejándose porque no le hemos dejado casi ninguna tortita.

-¿Pero por qué no me habeis despertado? ¡Ahora solo quedan cuatro para mí!- Protesta mi hermano perqueño.

-¿Y te parecen pocas?- Añado.- Yo llevo aquí sentada media hora y solo he comido tres.

-No os quejeis, chicos. Con suerte he podido coger dos antes de que vuestra madre enguyera el resto.- Ríe mi padre, y por supuesto, todos le imitamos. -Pero bueno, River, prometo hacer más si te quedas con habre, ¿trato?

-Trato.- Sentencia por fin mi hermano, aunque finalmente fue inútil, ya que no se había acabado la segunda cuando se levantó de la mesa, diciendo estar lleno.

Después de recoger la mesa, decidimos hacer algo todos juntos, así que mi hermano, trae un juego de su habitación. Pero cuando está abriéndolo sobre la mesa del salón, el teléfono del estudio empieza a sonar. Se levanta mi padre, pero no tarda ni un minuto en volver al salón.

-Less, es para ti.- La llamada me sorprende, porque solo hay una persona en el mundo que necesite llamarme por teléfono, y esa persona debe de estar preparándose para la guerra.

-¿Quién te llama a ti, Less?- Al parecer a mi hermano también le pilla por sorpresa, ya que él no sabe nada, así que yo me encojo de hombros. Me dirijo hacia el estudio, deseando que sea Finnick, que me llame para decirme que abandona la guerra y que se vendrá al 12.

-¿Sí?

-Hola, Less.- Noto como mi expresión cambia al oir la voz de Finnick al otro lado del auricular.- ¿Alguna novedad por ahí?

-Nos vamos mañana. ¿Tú qué tal estás?

-Bueno, las tropas rebeldes cada vez son más fuertes y numerosas. Pero no te preocupes, nos las apañaremos.

-¿Ya han llegado al 4?

-No. Pero están cerca, ya han tomado el 3 así que supongo que llegarán antes de lo previsto. Ya están empezando a llenar decenas de trenes de camino al 13.

-Y supongo que sería mucho pedir que te subieras a uno de ellos, ¿no?

-Less, no empieces, por favor.

-Está bien.

-El caso es que yo, llamaba para decirte algo importante.- No digo nada, le dejo que siga, así que, tras una pausa, vuelve a hablar.- Less, sabes perfectamente que en la guerra pueden pasar muchas cosas y quiero que sepas que si a mi me pasara algo...

-No.- Le interrumpó.- No digas eso, ¿entendido?

-Pero Less, yo...

-Cállate. En serio, no lo digas.- Una larga pausa. Sé perfectamente lo que Finnick quiere decirme, pero me niego rotundamente, eso no pasará.

-Vale. Pero solo prométeme algo: No hagas ninguna locura, ¿vale?- Asiento, pero me doy cuenta de que no puede verme.

-Sí.

-Oigas lo que oigas, Less. Veas lo que veas.

-Te lo prometo.

-No soportaría que te ocurriese algo, por favor, ten cuidado.

-Finn, yo no voy a la guerra, ¿recuerdas? Voy al bosque, donde llevo cazando desde los diez años. Así que creeme, no soy yo la que corre peligro.

-Supongo, pero necesito quedarme tranquilo.

-¿Te preocupa quedarte tranquilo? ¿Cómo crees que me siento yo, sabiendo que mañana estarás luchando en la guerra? ¿Crees que estoy tranquila, Finn?

-Ya te he dicho que no te preocupes. Todo saldrá bien.

-Creeme, quiero creerlo. Pero no puedo evitar pensarlo. Es la guerra, Finnick.

-Lo sé. ¿Crees que a mí no me duele tener que quedarme?

-¿Sabes qué? Que no lo sé. Porque si te doliera, tal vez vendrías al bosque conmigo. ¿Acaso tienes idea del daño que me estás haciendo ahora mismo? Llevo días sin dormir bien, tengo pesadillas, y no puedo evitar estar triste todo el día.

-Lo siento, Less. Pero sabes que no puedo hacer nada. Si tu tuvieras la oportunidad de quedarte en el 12 defendiendo a tu distrito, también lo harías.

-No si la persona que quiero está a kilómetros de distancia.- Eso parece haberle llegado, porque se calla.- Creo que debería colgar.

-Adios. No lo olvides, Less, te...- Pero cuelgo el teléfono antes de que termine la frase.

Antes de nada, pienso en todo lo que le he dicho a Finnick. Le he dicho que me está haciendo daño, que le dan igual mis sentimientos, cuando sé que no es así, que ahora estará dandóle vuentas a por qué le he colgado, por qué no me he despedido de él como debía. Poco a poco las lágrimas empiezan resbalar por mis mejillas, no son lágrimas de tristeza, sino de rabia. Rabia por no haberle dicho a Finnick que no se preocupará, que estaré bien. Por no haberle dicho lo muchísimo que le quiero, que le necesito a mi lado, y eso, teniendo en cuenta que puede que sea la última vez que oiga su voz, es practicamente un delito.

sábado, 10 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 4.

Un agudo pitido se apodera de mis oídos mientras que caigo al suelo. El golpe hace que me quede sin respiración y que sienta una punzada en el pecho, intento incorporarme, pero el humo de la explosión y las sandalias me lo impiden. Veo a Caesar, a unos seis metros, tumbado en el suelo, aparentemente respira. Entonces unas personas del Capitolio lo sacan del escenario en una camilla. Al cabo de un segundo tengo varios pares de manos a mi alrededor, no distingo las caras de las personas que me rodean, veo todo borroso, pero entonces unas manos conocidas me sujetan la cara, me zarandean, nerviosas y me apartan continuamente el pelo de la cara. Están totalmente pulidas, sin ninguna marca o cicatriz, pero aún así son ágiles y fuertes, las uñas están pintadas de amarillo, pero sé perfectamente a quién pertenecen, me traen recuerdos de incontables días de caza y no dudo en aferrarme a ellas. Agarro con toda la fuerza que me permite mi cuerpo las inquietas manos de mi madre, como llevo haciendo toda mi vida, esas manos han estado ahí toda mi vida, para sujetarme y levantarme en los malos momentos, así que, ahora, cuando siento que la cabeza me da vueltas y que no podré aguantar mucho más, son mi única esperanza. Poco a poco el pitido de mis oídos va desapareciendo y cada vez veo con más claridad. Estoy sobre el regazo de mi padre, que me grita que aguante mientras mi madre me abofetea, literalmente, la cara.

-¡No cierres los ojos, Less! ¡Mírame! ¡No apartes tu mirada! ¡Vamos, Leslie, aguanta!- Los gritos de mi madre pasan de ser fuertes y decididos a desmoronarse por completo y quedarse en un alarido de súplica, tanto a ella como a mi padre se le salen las lágrimas de los ojos. ¿Para tanto ha sido la explosión? Intento incorporarme, pero me doy cuenta de que no puedo, la cabeza me duele a horrores y no siento las piernas. El cuerpo me arde y tengo ganas de gritar, pero se que eso no ayudaría y que solo serviría para asustar más a mis padres. Entonces me doy cuenta de una cosa. Los médicos del Capitolio apenas tardaron unos segundos en llevarse a Caesar, pero a por mí no ha venido nadie, solo mis padres, Finnick, Annie y Johanna, dispuestos a ayudar en lo que puedan. ¿Qué está pasando? Entonces oigo una segunda explosión, esta vez algo más lejos, los oídos vuelven a fallarme y la vista se me nubla, a pesar de que intento resistirme, no soy capaz de soportarlo y mis ojos se cierran...

Me despierto en una sala no muy grande, de color banca. No llevo nada encima, a excepción de una fina bata de papel, una venda que me rodea la cabeza, y una aguja clavada en cada brazo. La de mi izquierda me proporciona un líquido que desconozco y la de la derecha me conecta a una máquina que emite pitídos al ritmo de mi corazón. Me logro incorporar y me quito con cuidado la aguja de la izquierda. Probablemente la máquina empezará a pitar si me quito la aguja del otro brazo, así que lo hago con el mayor cuidado posible, pero en pocos segundos la máquina empieza a emitir un agudo sonido constante, lo suficientemente alto como para que cualquier persona que esté al otro lado de la puerta lo oiga. No intento huir ni nada parecido, ahora mismo lo que quiero es información y quien quiera que entre por esa puerta será capaz de proporcionármela. En menos de un minuto, la blanca puerta de la habitación se abre, pero no entran médicos del Capitolio, como esperaba, sino que en su lugar aparecen mis padres, Annie, Finnick y un hombre que me parece haber visto en televisión, creo que se llama Plutarch Heavensbee, controla la programación televisiva y fue uno de los cerebros de la rebelión de hace quince años. Para mi sorpresa, tampoco viene ningún médico.

-Vaya, Leslie. Por fin despiertas, ya te dábamos por perdida.- A pesar de que no he hablado con Plutarch en mi vida, me mira muy sonriente, al contrario que el resto de los presentes, que están tristes y bastante afectados.

-¿Qué ha pasado? ¿Dóne estamos?- A Plutarch se le va la sonrisa de la cara y mira a mi madre de repente, como para pedirle permiso para explicarme lo ocurrido. Yo también la miro a ella, ha estado llorando, y mucho. Tiene los ojos rojos y muy inchados, se la ve bastante desmejorada, incluso parece haber perdido peso y es como si le hubieran caído encima diez años, nada que ver con la radiante mujer que vi antes de desmayarme, bien peinada, maquillada y con un rostro tan lleno de vida. Ahora es todo lo contrario, nunca la había visto así. Mi padre también ha llorado, aunque no tanto, también parece haber perdido peso y ganado años. Ambos parecen personas totalmente diferentes. Mi madre se arrodilla a mi lado, me coge la manos y carraspea.

-Estamos en un aerodeslizador, sobrevolando el 12, esperando para poder aterrizar. Llevas inconsciente tres días. Tienes una conmoción cerebral, varias quemaduras y has estado apunto de romperte la pierna izquierda. También has sufrido dos paros cardíacos durante estos días.- Su voz suena apagada, sin fuerzas, la voz de una cuarentona que ha perdido la esperanza, una voz que a mi madre no la pega nada. -Less, has estado a punto de morir.

-¿Pero quién tiró la bomba? ¿Por qué?- Miro a mi alrrededor pero ninguna de las personas de la sala es capaz de mirarme a los ojos, ni siquiera Finnick, que tiene un parche en la sien derecha. -¿Se puede saber que está pasando?

-Verás Less, hace quince años, se celebraron unos últimos juegos con niños del Capitolio, para hacer pasar a las familias por lo que habían pasado los distritos durante setenta y cinco años.- Esta vez es Plutarch el que me contesta, y al menos, me mira a los ojos al hacerlo.

-¿Y qué tiene eso que ver con las explosiones?

-Los familiares de los niños y algunos habitantes del Capitolio no soportaron ver morir a niños de la ciudad. Además ahora el gobierno es más igual, más justo, sin embargo antes las personas del Capitolio vivían en mejores condiciones, así que se formó un grupo de rebeldes que quieren volver al antiguo gobierno. Al principio pensamos que era un grupo demasiado débil por lo que no le dimos mucha importancia, pero poco a poco empezaron a avanzar.

-Por eso adelantaron el viaje, pensaron que no llegarían a tiempo al centro de la ciudad y que no correríamos ningún peligro.- La voz de mi padre suena algo ronca.- Pero al parecer no fue así.

-¿Y para qué querrían los rebeldes matarme a mí? Quiero decir, la bomba estayó justo cuando subí al escenario.

-Eras el mejor cebo posible para atraer a Katniss.- Vuelve a hablar Plutarch, recuperando su sonrisa.- Pero les salió el tiro por la culata, ¿no?

-Tienes razón Plutarch, solo han conseguido que estubiera a punto de morir.- Le contesta mi madre enfadada. Tiene razón, Plutarch actúa como si todo fuese maravillosamente bien.

-¿Y a él que le pasó?- Señalo a Finnick con la cabeza.

-En la segunda explosíon perdí el equilibrio y al caer al suelo me golpeé con el brazo de la silla. Solo una brecha, nada importante.- Al acabar la frase intenta sonreir, pero en lugar de eso le sale una pequeña mueca, al parecer todos están bastante preocupados.

-¿Y qué vamos a hacer ahora?

-Tú, dormir. No te preocupes, Less. En unas horas podremos aterrizar en el 12.- Mis padres me abrazan por última vez antes de abandonar la habitación y Finnick me lanza una mirada de apoyo, me gustaría besarle, abrazarle, y no apartarme de él hasta que aterricemos en el 12. Pero no puedo hacerlo, no aún, si sigo queriendo que nuestra relación sea una secreto.

Intento hacer caso a mi madre, y dormir, o al menos descasar un poco, pero me es imposible, ya que sigo dándole vueltas a toda la información nueva, intentando asimilarla. Por eso estaban todos tan tristes, no por mí, no por la explosión, sino por lo que ello conllevaba. Si el Capitolio es incapaz de contener a a los rebeldes, si volvemos al gobierno anterior, el hambre y la pobreza en los distritos no será lo único que volverá, sino que también lo harán los juegos.

Cuando me despierto ya no estoy en la camilla del aerodeslizador, y tampoco llevo puesta la bata de papel. Estoy en mi cama de siempre, con un calentito pijama de lana y rodeada de edredones. Al parecer debí de quedarme dormida a pesar de todo y no me enteré cuando llegamos al 12. Obviamente no tengo ninguna aguja en los brazos y no estoy conectada a ninguna máquina, pero tengo la cabeza bendada y la piel de las piernas y los brazos sigue enrrojecida, aunque lo peor sin duda es el atroz dolor de cabeza. Es tan insoportable que tengo ganas de gritar, aunque me esfuerzo por tranquilizarme. Intento volver a dormirme, pero al comprobar que es imposible, me dedico a analizar los posibles desenlaces que me esperan. Si gana el Capitolio, no habrá ningún problema y todo seguirá igual, pero si por el contrario vencen los rebeldes, es muy probable que vuelvan los Juegos del Hambre, y tendría que enfrentarme a la Cosecha año tras año, aunque estoy casi segura de que la hija del Sinsajo tiene ganado un viaje seguro hacia la arena. Aparto como puedo esa idea de mi cabeza, ya que me resulta demasiado horrible, y me esfuerzo en autoconvencerme de que eso es practicamente imposible, el gobierno es poderoso, y más ahora, que cuenta con el apoyo de los distritos. Intento levantarme, no puedo permanecer tumbada tanto tiempo, tengo que distraerme, así que, cuando por fin consigo mantenerme en pie, me meto en la ducha. Como sospechaba, la mayor parte de mis brazos y mis piernas están bastante afectadas por la explosión, aunque al menos, no ha hecho falta ponerme injertos. Al salir de la ducha, me pongo la ropa más suave y blandita que encuentro y me dispongo a bajar al comedor, no vuelvo a vendarme la cabeza, porque aunque me sigue doliendo a horrores, no le encuentro utilidad. Al parecer acaban de terminar de comer, porque mi padre está quitando la mesa mientras mi madre se sienta en el sillón, con la mirada perdida y la mente en otra parte. Nadie se ha dado cuenta de que estoy aquí.

-Hola.- Mi voz es muy débil, no tengo humor y el dolor de cabeza sigue igual o peor, así que sería incapaz de poner un tono alegre por mucho que lo intente.

-Less, ¿qué haces aquí abajo? Deberías estar descansando.- Mi madre ni siquiera me mira para contestarme y su voz no suena para nada alegre, ni siquiera sorprendida.

-Llevo días descansando sin parar, además la cabeza me duele a horrores.

-Eso no es excusa, anda, siéntate.- Mi padre ya ha llevado la última tanda de platos a la cocina y me empuja con cariño hasta el sillón, colocándome al lado de mi madre.

-¿Alguna novedad?- Nadie contesta, mi madre sigue con la cabeza fija en el suelo, mientras que mi padre me mira en silencio, sin decir nada.

-No exactamente, los rebeldes siguen avanzando, si nadie los para, no tardarán ni una semana en hacerse con el poder.- No puede ser posible. Esto no está pasando.

-¿Y River?

-Con Haymich, en su casa. No le hemos contado nada, por supuesto.

-Haymich lo sabe, ¿verdad?

-Sí, fue el primero en enterarse.- Silencio. Nadie dice nada durante unos minutos, hasta que al final, soy yo la que abre la boca.

-¿Qué vamos a hacer? Si los rebeldes se hacen con el poder, ¿qué haremos?

-No podemos hacer nada, Less.

-¿En serio, papá? ¿Nos quedaremos aquí, de brazos cruzados mientras mi nombre y el de River entran el la cosecha cada año?- Creo que me he pasado, no puedo sacar este tema tan a la ligera.

-¡Eso nunca! ¿Me oyes, Leslie? ¡Nunca! Huiremos al bosque si hace falta, pero te juro que ni tu hermano y tú tendreis que pasar por eso.- Mi madre grita de rabia, se la saltan las lágrimas de los ojos, mi padre no está mucho mejor. Esta situación les está machacando.

-Está bien. Lo siento, siento haberte hablado así, papá, pero esque todo esto me parece tan... imposible.

-Lo sé, Less. A mi también. Pero no te preocupes, te prometo que todo saldrá bien.- Mi padre no me mira a los ojos al hablar, lo que es raro, porque él siempre te mira a la cara. -¿Qué te parece si vamos a por River? Tal vez nos alegre un poco la tarde.

Cuando Haymich nos abre la puerta de su casa el habitual olor a licor es casi inexistente. Nunca bebe cuando está cerca nuestro, o al menos, no tanto como para emborracharse.

-¿Qué tal estás, Less? ¿Te encuentras mejor?

-Sí, gracias, Haymich.

-Pasad, aquí a fuera hace mucho frío.- Mis padres y yo nos sentamos en un sillón del salón y Haymich se acomoda en una mecedora en frente nuestra. A los pocos segundos, unas pisadas bajan corriendo desde las escaleras.

-¡Less!- Mi hermano River ya no muestra ningún síntoma de gripe, aunque claro, ya ha pasado casi una semana desde la última vez que lo ví.

-¿Qué tal estás, enano?- Le abrazo y apoyo mi barbilla en su cabeza.

-Bien, ¿y tú? Siento mucho haberte pegado la gripe.- Supongo que esa será la excusa que le han contado mis padres, así que no la discuto.

-No importa, no fue culpa tuya, además ya me siento mucho mejor.- Mentira, la cabeza me duele a horrores y la piel me arde, aunque claro, no voy a decirle nada.

-Me alegro.- Me encanta cuando mi hermano sonríe, aún no ha cambiado todos los dientes por lo que su dentadura no es para nada perfecta, pero tiene algo, una inocencia en su expresión que no puede evitar hacerme sonreir a mi también.

-River, Haymich querrá descansar así que será mejor que nos vayamos ya. Gracias por todo, Haymich.- Es increíble como ha cambiado el tono de voz de mi madre, al parece no soy la única a la que River le alegra el ánimo.

-No hay de qué, preciosa. Para mí es un placer quedarme con este mocoso.- Haymich le alborota los rizos a mi hermano y este le dedica una pedorreta.

Cuando llegamos a casa siento que no puedo más. Apenas llevo una hora levantada pero las piernas me empiezan a fallar y la cabeza me da vueltas, así que después de abrazar a mis padres por última vez y de dejar que River me acompañe a mi habitación, me quedo dormida antes de que me de tiempo a ponerme el pijama.

-¡Despierta, Less! ¡Despierta!- Cuando abro los ojos mi hermano River me sacude nerviosamente los hombros. Por la luz que entra por la ventana, no deben de ser más de las nueve de la mañana.- ¡Less, papá y mamá no están!

-River, estarán durmiendo. Déjales descansar.- Me froto los ojos y consigo incorporarme para mirar a mi hermano pequeño a la cara. Parece nervioso.

-No, no están. Les he buscado por toda la casa pero no están.- No espero a que me diga más. Me levanto de golpe, salgo corriendo de la habitación y bajo las escaleras todo lo rápido que me permiten mis piernas. ¿Dónde pueden estar mis padres un domingo estas horas? Cuando llego a la entrada de mi casa, abró la puerta y salgo a la calle. Mis pies descalzos caen sobre el lecho de nieve y provocan un escalofrío que me recorre todo el cuerpo, pero no me frena y me dirijo hacia la puerta de Haymich, tal vez él sepa algo, pero entonces las piernas me fallan y hacen que caiga de espaldas contra la nieve. La cabeza me duele más que ayer, supongo que me he levantado muy deprisa y que he hecho muchos movimientos bruscos, porque me siento mareada. De repente, la puerta de Haymich comienza a abrisre lentamente y reconozco su voz, está hablando con alguien, con alguien familiar. Mis padres bajan las escaleras del porche de mi vecino, conversando seriamente entre ellos, pero tardan unos segundos en darse cuenta de mi presencia.

-Less, ¿qué haces aquí tirada?- Mi padre se acerca y me ayuda a levantarme.- Anda, sube a tu habitación.

-No. No hasta que... me conteis de que hablais.- No quiero dar más detalles, River está de pie a un par de metros, pero aún así mi madre parece entenderme.

-Oh, claro, Less, no te preocupes.

-River, ¿no te parece un gran momento para la revancha de la pelea de ayer?- Haymich intenta dejarme a solas con mis padres, él también a pillado mi indirecta.

-Te vas a enterar, Haymich.- Mi hermano le dedica una sonrisa traviesa a Haymich y se avalanza sobre él, cerrando la puerta al entrar en su casa.

-Bien, entremos en casa, Less.- Mi padre me pone un brazo sobre los hombros mientras nos dirigimos hacia la puerta de nuestra casa. Al entrar, nos sentamos los tres en el sofá y nos permitimos unos minutos de silencio antes de empezar a hablar.

-Hay novedades, ¿verdad? Sobre la guerra.- No me dirijo a ninguno de los dos en concreto, mi mirada está fija en el suelo, pero es mi padre el que contesta.

-No sabemos como es posible pero los rebeldes lo han conseguido, han tomado el Capitolio.

-Entonces...¿Ya está?

-No. Esta vez el Capitolio contaba con el apoyo de los distritos y no les será tan fácil derrotarnos. Ya han evacuado los Distritos 1, 2 y 3. Todas las personas que han querido huir han sido llevadas al 13, bajo tierra. Pero también ha habido gente que quería quedarse a defender su hogar. A esas personas se les ha dado un arma y un cargo en el ejército. Somos muchos, Less. No les será tan fácil vencernos como al Capitolio.

-Less, tu padre, Haymich y yo hemos estado hablando y hemos llegado a la conclusión de que lo mejor será huir al bosque.- Mi madre me mira a los ojos, muy seria. Ya no parece una mujer tan machacada, su expresión es decidida y se la vé que no está dispuesta a rendirse.

-¿Qué? Yo no quiero ir al bosque. Me quedo aquí, defendiendo el 12.

-No puedes Leslie, tienes que tener quince años para que te dejen formar parte del ejército.

-Mamá, si no defendemos nosotros el 12, ¿quién lo hará? ¿Los mineros de la Veta? ¿Los comerciantes? Sabes perfectamente que eres más fuerte que todos ellos. Eres el Sinsajo.

-No. Lo fui hace muchos años y no por voluntad propia precisamente. Leslie no pienso participar en otra guerra.- No aparta la mirada de mis ojos en ninún momento, yo tampoco lo hago, y veo reflejado en sus ojos grises que esta vez no es una decisión negociable.

-De acuerdo. Mamá, ¿puedo llamar a Finnick? No me despedí de él al llegar al 12, además quiero preguntarle que tal van por el 4.- Ahora creo que es lo único que me animaría, quiero escuchar su voz, quiero que me aconseje lo que hacer.

-Claro que sí, pero dentro de un rato, yo también quiero hablar con Annie, puedo pasarte el teléfono cuando acabe. Hasta entonces, ¿por qué no comes algo?

-Vale.- Me levanto y me voy a la cocina. Hace días que no como nada y me muero de hambre, así que no tardo ni cinco minutos en comerme dos panecillos con queso y una manzana. Cuando salgo al salón, solo mi padre está allí.

-¿Y mamá?

-Acaba de irse al estudio a llamar a Annie. Supongo que cuando acabe te pasará el teléfono. Me siento al lado de mi padre y apoyo mi cabeza subre su hombro. Él me acaricia el pelo en silencio. Hacía tiempo que necesitaba un momento como este, nadie dice nada, pero al mismo tiempo estamos lo más agusto posible.

Al cabo de unos diez minutos, mi madre sale del estudio para avisarme de que Finnick ya está al teléfono. El estudio es, sin contar mi habitación, mi lugar preferido de la casa. Está repleto de libros, probablemente habrá cientos, y el olor de esta sala, como a papel y tinta, me relaja muchísimo. En el medio de la habitación hay un gran escritorio donde River hace los deberes y donde está el teléfono. Cierro la puerta, me siento en la silla y me pego el auricular a la oreja.

-¿Hola?

-Hola, Less. ¿Cómo te encuentras?

-Bueno, sigo algo mareada pero estoy bien. ¿Y tu brecha?

-No te preocupes, está perfectamente.- Finnick suena demasiado contento, teniendo en cuenta la situación. Aunque me alegra oir que está bien. Bueno, sinceramente, me alegraría oirlo, estuviera como estuviese.

-Me alegro. ¿Y qué tal van las cosas por el 4?

-La verdad es que estamos teniendo problemillas. Creo que pasado mañana lo evacuarán.

-¿Entonces te vas al 13?

-No. Yo me quedo a luchar. Mi madre...Bueno digamos que siente que si nos quedamos en el 4 mi padre está con nosotros. Es raro, pero a veces también pienso lo mismo. Además es mi hogar, no pienso abandonarlo a su suerte.

-Eso mismo he dicho yo, pero mi madre quiere huir al bosque.

-Es lo mejor, Less. Estarás más segura. Además aún no tienes los quince.

-Lo sé pero no quiero dejar el 12 solo.

-No estará solo, seguro que mucha gente se queda.

-Ya, pero yo también quiero quedarme.

-Less, por favor, ve al bosque con tus padres. Los rebeldes van a por tu madre y es peligroso que os quedeis en vuesstro distrito.- Esperaba que Finnick me apoyara en esto, pero al parecer, nadie está de mi parte respecto a este tema.

-Pues ven tú también.

-Less eso es difernte. Yo ya tengo edad para entrar en el ejército y además... No puedo dejar a mi madre. Lo siento.

-Está bien.- No, no está bien. No es justo. Pero no quiero discutir con Finnick, y menos ahora, así que cambio de tema.- Quiero verte.

-Y yo a ti. Te hecho de menos.- Por un instante, ambos nos callamos.- Te quiero, lo seguiré haciendo pase lo que pase, lo sabes ¿no?

-Sí. Yo a ti también te quiero, Finn.

-Bueno, creo que será mejor que cuelgue.

-De acuerdo.

-Less, prométeme que irás al bosque. No hagas ninguna tontería.

-Vale, lo prometo. Pero prométeme tú también que tendrás mucho cuidado.

-Lo tendré.- Ya está, eso es lo último que oí antes de colgar.

jueves, 1 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 3.
 
Mi habitación en los alojamientos del Centro de Entrenamiento no tiene nada que ver con la que tengo en el 12, ni si quiera con mi compartimento del tren. Es muy grande, y está decorada con extravagantes muebles que resultan ser mucho más cómodos de lo que parecen. Tiene un baño de casi veinte metros cuadrados que sin contar con lo más básico cuenta con un plato de ducha (no como las de casa, sino con muchos más botones), y una enorme bañera de tres escalones de profundidad. Está claro que cuando los tributos se alojaban en estos aposentos hace más de quince años, disfrutaban de un enorme nivel de lujo antes de enfrentarse a la arena. Ahora las habitaciones del Centro de Entrenamiento solo son habitadas cuando alguna cara conocida viene al Capitolio para ser entrevistada o algo por el estilo. En mi caso, mi entrevista está programada para esta noche, junto con la de mis padres, el resto de vencedores y la de Finnick. Unas tres horas antes de la entrevista, una extraña mujer con la piel verdosa y el pelo larguísimo color turquesa llega a mi habitación.

-Hola, Leslie, soy tu estilista, Octavia.

-Hola.- La contesto sin mucho entusiasmo, en el corto trayecto desde la estación, he visto bastantes ejemplos de la extravagante moda del Capitolio, pero ahora que tengo a Octavia tan cerca, me parece realmente monstruosa, aunque por supuesto, no digo nada.

-Bueno Leslie, ¿qué tal está tu madre?- ¿Mi madre? No se me ocurre ninguna relación que haya podido tener esta mujer con mi madre, ya que el estilista que tuvo en sus juegos, murió hace más de quince años.

-Llámame Less. Está bien. ¿Os conoceis?

-Oh, sí. Yo formaba parte de su equipo de preparación cuando ella participó en los juegos.

-Ah.- No la miro a la cara, sino a las uñas de ocho centímetros de color fucsia que sobresalen de sus dedos. Me pregunto cómo no le entorpecen el trabajo.

-Bueno Less... ¿Qué te parece si empezamos con tu pelo?- No espera a recibir respuesta, me acerca un taburete y me ordena que me siente sobre él. Deshace habilmente la trenza que me cuelga por la espalda y me peina con un cepillo. Luego me aplica varios productos y me prepara un baño mientras hacen efecto. Cuando sale del baño, me quita la ropa, me envuelve el pelo para que no se me moje, y me obliga a meterme en la bañera, que ahora esta llena de una especie de arenilla marrón. Me prota con dureza la piel y me doy cuenta de que todas las durezas e imperfecciones han desaparecido. Cuando salgo, me envuelve en una fina toalla de color blanco y me prepara otro baño, esta vez con un espeso producto verde, que espero que no me deje la piel como la suya. Una vez dentro de la bañera, se va y me deja sola, supongo que esta vez no habrá que frotar, así que intento relajarme. En unos pocos minutos vuelve y me saca de nuevo de la bañera. Mi piel sigue con su color habitual, lo que me alivia bastante, pero al tocarla, la noto mucho más suave. Octavia debe de haberme metido en un baño con algún tipo de aceite. Esta vez no me da la toalla, sino que me pone una fina bata de papel. Libera mi pelo de la toalla que tenía en la cabeza y este cae libre sobre mi espalda, está un poco enrredado, pero Octavia no tarda ni un minuto en solucionarlo. El siguiente paso es el que más odio. Mi estilista me hace la cera, dejando mi cuerpo sin un solo pelo que no sea en la cabeza. Luego me arregla las cejas con ayuda de unas pinzas, algo con lo que tampoco disfruto demasiado.

-Bien, ahora ya pareces más humana.- Resulta irónico que lo diga una persona con la piel verde y el pelo turquesa, pero aun así sonrrío, al fin y al cabo Octavia lleva más de una hora trabajando sin parar.

Lo siguiente es lo menos doloroso, Octavia me peina por tercera vez, pero esta vez, no solo desenrreda, sino que también me iguala el pelo y me lo ondula con un extraño aparato, para luego recogerlo, dejando sueltos un mechón a cada lado. Luego me maquilla, nunca he sido una chica muy femenina que digamos, así que en lugar de disfrutar con cada movimiento de sus hábiles manos, me dedico a tolerarlos. Tras aplicar un poco de colorete por aquí y algunas sombras por allá, Octavia me pinta los rabios de un color rosa claro, muy natural y no demasiado vistoso para una chica de catorce años. Me hace levantarme del taburete y me ayuda a quitarme la bata, la deja sobre la cama mientras me pongo una sencilla ropa interior y vuelve con una bolsa de tela gris. La abre y muestra un vestido palabra de honor de color verde azulado, muy parecido al color de los ojos de Finnick. Tiene cosida una flor negra a la altura del corazón, a juego con el cinturón.

-¿Qué te parece?- Me dice con una sonrrisa de oreja a oreja. Por su expresión me da la impresión de que lo ha diseñado ella. No sé mucho de moda, pero el vestido me parece precioso.

-Es muy bonito, Octavia.- Al parecer mi estilista se siente alagada, ya que, a través de su piel verdosa, perece sonrrojarse.

Me ayuda al ponerme el vestido, que para mi sorpresa, es bastante más corto de lo que me hubiera gustado, apenas llega a la mitad del muslo, lo que deja al descubierto toda la pierna de rodilla para abajo. Pero eso no es lo peor, Octavia me acerca unas sandalias de tacon de color negro, y al ver mi expresión, se da cuenta de que no me he puesto unos tacones en mi vida.

-No te preocupes, no tienen ni diez centímetros.- Dice como si las sandalias le parecieran demasiado bajitas, entonces me paro a mirarle los pies y descubro que lleva unas botas de al menos tres centímetros de plataforma y quince de tacón. Ya sé por mis sandalias le parecen tan insicnificantes. Me calza los tacones y me hace andar, pero ni siquiera soy capaz de dar dos pasos seguidos sin tropezarme.

-Creo que necesitaremos algo más plano.- Opino. Pero los ojos de Octavia me miran como diciéndome, que no está dispuesta a rendirse tan rápidamente.

-Bueno, aún nos queda media hora para que empiecen las entrevistas.

Tras quince minutos de ir y venir con las sandalias de tacón, me siento en la cama, muerta del dolor de pies, para dar paso a otra de las quejas de Octavia.

-¡Pero Less! ¿En serio piensas sentarte así en la entrevista?- Me miro las piernas, y me doy cuenta de que las tengo abiertas, claro, estoy acostumbrada a mis cómodos pantalones de caza, pero está claro que con un vestido tan corto, no puedo sentarme de esta manera, así que cruzo las piernas. Tras cinco minutos de correciones de la postura, Octavia me mira orgullosa, pero su sonrrisa no dura mucho, tras tanto sudar, la suave capa de maquillaje debe debe de habérseme borrado, porque Octavia se abalanza sobre mí con su maletín de maquillaje. Cuando termina, me ayuda a levantarme, salimos de la habitación medio corriendo y se apresura a conducirme al ascensor que me llevará al escenario donde tendrán lugar todas las entrevistas.

Las prisas de Octavia resultan ser ridículas, porque para cuando llegamos a las sala donde esperaremos para ser entrevistados, solo mi madre está ahí. Lleva un espectacular vestido amarillo de un solo tirante, es un vestido muchísimo más sencillo que el mío, pero mi madre está deslumbrante, mientras que yo, ni si quiera he tenido tiempo de mirarme al espejo.

-Se ve que Octavia no ha perdido el tiempo.

-Oh, no me lo recuerdes.- Contesto a mi madre pensando en lo duras que han sido las últimas horas.

-¿Te a hecho sufrir demasiado?- La enseño mis sandalias de tacón a modo de respuesta, y ella se ríe.- Vaya, ha tenido que costarte subirte ahí.- Asiento y me siento en las sillas que tenemos detras nuestra.- Estás muy guapa, Less.

-¿Pues sabes qué es lo peor, mamá? Con tanta prisa no he podido ni mirarme al espejo.

-Pues es una pena.- Me levanta y me pone delante de la pared, que tiene un pequeño espejo, no se ve muy bien, pero si lo suficiente para que pueda darme cuenta de algo.

-No parezco yo.

-Less, no digas tonterias, estás genial.- Tiene razón, por mucho que me mire no logro encontrar un pelo fuera de su sitio, o una imperfección en mi piel. Me siento bien, me siento guapa, pero eso no quiere decir, que me sienta especialmente cómoda.

-Tú si que estás genial.- La respondo con sinceridad. Porque lo está. Cualquiera que la viera, no diría que tiene más de veinticinco años. Me sonrríe y me da un cariñoso beso en la cabeza.

En menos de un minuto, las otras cinco sillas que hay al lado de las nuestras empiezan a llenarse. Primero llega mi padre, con un traje de color amarillo, a juego con el de mi madre, y que también sirve para que aparente ser bastante más joven. Luego llega Johanna, con un provocativo vestido morado con un escote en ''V'' que le llega hasta el ombligo. Realmente no sé como hace para conservarse tan bien, vista así no aparenta más de treinta, cuando hace ya un par de años que pasó de los cuarenta. El siguiente es Beete, que lleva un sencillo esmoquin negro, y que coloca su silla de ruedas al lado de Johanna. Después llega Annie, preciosa con un vestido largo de distintas tonalidades de azul, sin mangas, y con un precioso cinturón gris, que parece estar hecho de algún tipo de cuerda. Finnick es el último, impresionantemente vestido con unos pantalones blancos muy ajustados y una camisa verde pistacho, de la que lleva desabrochados los tres primeros botones, encima lleva una americana blanca sin abrochar. Lleva unos sencillos zapatos blancos y el pelo cobrizo no muy peinado, de manera que queda muy natural. Me acerco a saludarle.

-Estás muy guapo.- Le digo riéndome.

-Me parece que tú no te has visto bien.- Me coge del brazo y me hace dar una vuelta. Silba.- Estás espectacular.

-Bueno, no esperaba menos después de haber tenido que aguantar tres horas seguidas de tortura.- Le suelto con humor. Nos reímos y oímos el pitido que indica que las entrevistas van a empezar, así que me despido de él con la mano y vuelvo a ocupar mi lugar.

Primero llaman a los vencedores por orden de distrito: Beete, Annie, Johanna... Le toca salir a mi madre, se levanta de su silla y se frota las manos, se la ve nerviosa, aunque claro, es la primera vez que sale en la televisión desde hace quince años, ya que cada vez que la llamaban desde el Capitolio, era para alguna votación del gobierno sin mucha importancia. Cuando el presentador, Caesar Flickerman, la presenta como ''Katniss Everdeen, la chica en llamas'' el público la vitorea muchísimo más fuerte que a ninguno de los otros tributos, al fin y al cabo, mi madre fue el Sinsajo, la chica que salvó una nación.

-Bueno, Katniss. Cuánto tiempo desde la última vez.- Comienza Caesar, muy amablemente mientras abraza a mi madre.- ¿Qué tal está nuestro Sinsajo?

-Pues muy bien, Caesar. Más féliz que nunca.

-¿Sabes qué, Katniss? Se te nota en la cara.- Ambos se ríen. Caesar parece un hombre muy agradable.- Bueno, ¿qué nos cuentas de tu vida? Se rumorea que has sido mamá...- Seguro que todos los habitantes de Panem están pegados a la pantalla, esperando que hable sobre un bebé practicamente recién nacido, claro, nadie fuera del Distrito 12 sabe que en realidad se quedó embarazada hace casi quince años.

-Pues sí, pero de eso hace ya mucho tiempo. Pensé que lo sabríais.

-Pues la verdad es que no. Pero por favor, Katniss, cuéntanos más. ¿Cúantos años tenías tú? ¿Cómo te sentiste? ¡La gente quiere detalles!

-Bueno. Yo era muy joven, se podría decir que tenía los dieciocho recién cumplidos. Lo que lo hizo aún más extraño.- Esta entrevista será interesante, nunca se me ocurrió preguntarle a mi madre cómo fue cuando se quedó embarazada de mí.

-Entonces, ¿fue muy raro?

-La verdad es que sí, Caesar. Siempre había tenido miedo de quedarme embarazada, nunca habría podido ver como mis hijos se enfrentaban años tras año a la Cosecha, y supongo que al hacerlo tan joven fue aún más difícil. Pero bueno, luego cuando por fin la tuve en mis brazos, sentí que era la criatura más bonita del mundo, que era mía, bueno, nuestra,- dice mirando hacia donde nos enconramos los demás, mirando a mi padre.- que ya no había nada que temer. Que estaba a salvo.

-Precioso.- Dice Caesar, haciendo que se seca una lágrima.- ¿Cómo llamásteis a esa niña, Katniss?

-Leslie Primrose. Aunque no la gusta que la llamen así, siempre la llamamos Less.

-¿Primrose fue por tu hermana pequeña?- Mi madre agacha la cabeza, como si estuviera recordando algo, y puedo ver como las lágrimas se la forman en los ojos. Quiero salir ahí y abrazarla, como siempre hago cada vez que tiene un día malo.

-Sí.- Contesta al fin.

-Bueno, Katniss, no te preocupes cambiemos de tema.- Caesar le ofrece a mi madre una caja de pañuelos, pero ella la rechaza.- Unos años después de tener a Less, te volviste a quedar embarazada, ¿verdad? Cuéntanos, ¿la segunda vez fue mas fácil?

-Un poco. Pero no mucho. Al igual que con mi hija no me sentí tranquila hasta que no tuve a River en mis brazos.

-Es normal. Has pasado por muchas cosas, y el miedo no es algo que se pierda tan facilmente.

-No. Pero yo siempre he tenido a Peeta a mi lado para apoyarme. Si no fuera por él, yo no estaría aquí.- Al oir que mi madre menciona a mi padre el público suspira. Vuelven los trágicos amantes del Distrito 12.

-Ahí quería llegar yo.-Suelta Caesar con una sonrrisa en la cara. -Tras la guerra, ¿todo siguió igual con Peeta?

-No. Snow lo secuestró con veneno de rastrevíspula y al principio quería matarme. Pero muy en el fondo, sabía que él estaría ahí siempre. Aunque sí que es verdad que necesitamos nuestro tiempo.

-Entiendo...-Suena la campana que indica el final de la entrevista.- Me gustaría seguir hablando contigo toda la noche, pero tu tiempo se ha acabado.- La besa la mano y sentencia: ''Con ustedes, Katniss Everdeen, la chica en llamas.'' Más aplausos, más gritos y en un minuto es mi padre el que saluda al público.

-Encantado de volver a verte Peeta. ¿Tu mujer te ha emocionado tanto como a mí?

-La verdad es que sí, Caesar. Aunque oficialmente no estamos casados.- El público suspira, tal vez no se lo esperaban.

-¿Entonces como lo hicísteis, Peeta? ¿Brindasteis el pan, tal y como indica vustra tradición?

-Exacto. Aunque para nosotros tiene mucho más valor que un simple trozo de papel.

-No lo dudo.-Responde Caesar.- Bueno, Peeta. Katniss ya nos ha contado que para ella fue muy duro quedarse embarazada. ¿Para ti fue igual de difícil? ¿Cómo te enteraste de la noticia?- Mi padre sonrríe, y fija la mirada en el suelo.

-Creo que aquel fue uno de los mejores momentos de mi vida. Recuerdo que yo estaba sentado en el borde de nuestra cama, atándome los cordones de los zapatos. Katniss llevaba casi una hora en el baño, sin dar señales de vida, y yo empezaba a preocuparme. Entonces la puerta se abrió de golpe, y de ella salió la mujer más hermosa del mundo, aunque había algo, en su expresión, que me chocaba. Se la veía preocupada.-Nada ni nadie interrumpe la historia de mi padre, ni siquiera yo, que intento no moverme para no hacer ruído.- Katniss se sentó a mi lado y me miró a los ojos. Durante unos minutos, nadie dijo nada, solo nos mirábamos. Entonces dijo:

-Peeta, ¿tú me quieres?- Yo estaba cada vez más preocupado, había algo en su tono de voz, algo distinto.

-Más que a nada en este mundo.- Le respondí. Recuerdo que la cogí de la mano, y que las noté más frías que nunca.- Katniss, ¿pasa algo?- Ella se quedó un rato más mirándome a los ojos, mirando a nuestras manos entrelazadas, al paisaje que es encontraba fuera de la ventana de nuestra habitación.

-Estoy embarazada.- Dijo al fin. Sentí un sentimiento muy fuerte en mi interior, un amor infinito hacia una persona que aún no había nacido. Katniss me miraba, esperando mi reacción, yo me reía a carcajadas. Iba a tener un bebé con la mujer de mi vida. Lágrimas de alegría brotaban de mis ojos, pero Katniss me miraba atónita, no esperaba mi reacción. La besé, nos besamos, se rió, nos reímos. Creo que hasta entonces, nunca me había sentido tan feliz.

-Tuvo que ser un momento precioso, y más aún teniendo en cuenta todo lo que habíais pasado.

-Lo fue, sin duda.

-Y cuando tuviste a Less en tus brazos, ¿cómo te sentiste, Peeta?

-Creo que no he llorado más en toda mi vida.- Contesta mi padre con una sonrrisa en la cara.- Imagínate, Caesar, que despues de haber pasado por tantos obstáculos como Katniss y yo, después de habernos recuperado de las pérdidas, viene al mundo una pequeña personita de pelo oscuro y ojos azules. Sabes que es tuya, que tú y la persona a la que más amas en el mundo la habeis creado y traído al mundo. Eso, Caesar, es lo mejor que le puede pasar a un hombre.- La gente rompe a aplaudir, le vitorean, e incluso lloran. Ahora me doy cuenta de el don que tiene mi padre para hacer que sus palabras te lleguen al corazón.

-¿Y con tu segundo hijo? ¿Con River fue todo igual?

-Más de lo mismo, sentía que no podía pedir más. Que tenía, y de hecho tengo, todo lo que necesito.- Más aplausos, más vítores, pero por encima de todo ese ruido, se oye la sirena que indica que la entrevista de mi padre ha acabado. Finnick no sale inmediatamente, y entonces me doy cuenta de que Caesar nos está presentando:

-Y esto no ha sido todo, a continuación, estarán con nosotros dos personas muy especiales, ellos son el fruto del esfuerzo, el valor, la esperanza y la fuerza de nuestros vencedores. ¡Hoy tendremos con nosotros a Finnick Odair Jr. y a Leslie Primrose Mellark en persona!- Más aplausos y Finnick sale al escenario. Apenas me entero de su entrevista, cosa que debería hacer, ya que no sé mucho sobre el chico de quince años con el que salgo, pero me distraigo continuamente para secarme el sudor de las manos, mi padre apoya su mano en mi pierna para tranquilizarme, pero para cuando lo hace, Finnick y Caesar ya se están despidiendo y un hombre con un auricular me hace una señal para que salga, así que me levanto y salgo al escenario, pero cuando estoy a penas a cinco pasos de mi asiento, una bomba estalla a menos de diez metros de mí.