BIENVENIDOS!

Este blog está dedicado a todos los tributos que se quedaron con ganas de más al acabarse ''Sinsajo''. Aquí iré subiendo los capítulos de esta continuación hecha por mí llamada: DESTINO.
Esta historia está contada desde el punto de vista de Leslie Primrose, la hija de Katniss Everdeen y Peeta Mellark y narra como tuvo que afrontar su destino y convertirse en el nuevo Sinsajo, siguiendo así los pasos de su madre.
Sé que Suzanne dijo al final de Sinsajo, que Katniss y Peeta tardaron 15 años en tener hijos, pero he tenido que cambiarlo ya que necesitaba que tuvieran unas edades concretas.

PD:Los capítulos, son bastante largos (de unos 10 folios DinA4 cada uno) por lo que los iré subiendo poco a poco. Podeis contactar conmigo a través de mi twitter @LydiaMartnez. GRACIAS POR LEER ;)

sábado, 10 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 4.

Un agudo pitido se apodera de mis oídos mientras que caigo al suelo. El golpe hace que me quede sin respiración y que sienta una punzada en el pecho, intento incorporarme, pero el humo de la explosión y las sandalias me lo impiden. Veo a Caesar, a unos seis metros, tumbado en el suelo, aparentemente respira. Entonces unas personas del Capitolio lo sacan del escenario en una camilla. Al cabo de un segundo tengo varios pares de manos a mi alrededor, no distingo las caras de las personas que me rodean, veo todo borroso, pero entonces unas manos conocidas me sujetan la cara, me zarandean, nerviosas y me apartan continuamente el pelo de la cara. Están totalmente pulidas, sin ninguna marca o cicatriz, pero aún así son ágiles y fuertes, las uñas están pintadas de amarillo, pero sé perfectamente a quién pertenecen, me traen recuerdos de incontables días de caza y no dudo en aferrarme a ellas. Agarro con toda la fuerza que me permite mi cuerpo las inquietas manos de mi madre, como llevo haciendo toda mi vida, esas manos han estado ahí toda mi vida, para sujetarme y levantarme en los malos momentos, así que, ahora, cuando siento que la cabeza me da vueltas y que no podré aguantar mucho más, son mi única esperanza. Poco a poco el pitido de mis oídos va desapareciendo y cada vez veo con más claridad. Estoy sobre el regazo de mi padre, que me grita que aguante mientras mi madre me abofetea, literalmente, la cara.

-¡No cierres los ojos, Less! ¡Mírame! ¡No apartes tu mirada! ¡Vamos, Leslie, aguanta!- Los gritos de mi madre pasan de ser fuertes y decididos a desmoronarse por completo y quedarse en un alarido de súplica, tanto a ella como a mi padre se le salen las lágrimas de los ojos. ¿Para tanto ha sido la explosión? Intento incorporarme, pero me doy cuenta de que no puedo, la cabeza me duele a horrores y no siento las piernas. El cuerpo me arde y tengo ganas de gritar, pero se que eso no ayudaría y que solo serviría para asustar más a mis padres. Entonces me doy cuenta de una cosa. Los médicos del Capitolio apenas tardaron unos segundos en llevarse a Caesar, pero a por mí no ha venido nadie, solo mis padres, Finnick, Annie y Johanna, dispuestos a ayudar en lo que puedan. ¿Qué está pasando? Entonces oigo una segunda explosión, esta vez algo más lejos, los oídos vuelven a fallarme y la vista se me nubla, a pesar de que intento resistirme, no soy capaz de soportarlo y mis ojos se cierran...

Me despierto en una sala no muy grande, de color banca. No llevo nada encima, a excepción de una fina bata de papel, una venda que me rodea la cabeza, y una aguja clavada en cada brazo. La de mi izquierda me proporciona un líquido que desconozco y la de la derecha me conecta a una máquina que emite pitídos al ritmo de mi corazón. Me logro incorporar y me quito con cuidado la aguja de la izquierda. Probablemente la máquina empezará a pitar si me quito la aguja del otro brazo, así que lo hago con el mayor cuidado posible, pero en pocos segundos la máquina empieza a emitir un agudo sonido constante, lo suficientemente alto como para que cualquier persona que esté al otro lado de la puerta lo oiga. No intento huir ni nada parecido, ahora mismo lo que quiero es información y quien quiera que entre por esa puerta será capaz de proporcionármela. En menos de un minuto, la blanca puerta de la habitación se abre, pero no entran médicos del Capitolio, como esperaba, sino que en su lugar aparecen mis padres, Annie, Finnick y un hombre que me parece haber visto en televisión, creo que se llama Plutarch Heavensbee, controla la programación televisiva y fue uno de los cerebros de la rebelión de hace quince años. Para mi sorpresa, tampoco viene ningún médico.

-Vaya, Leslie. Por fin despiertas, ya te dábamos por perdida.- A pesar de que no he hablado con Plutarch en mi vida, me mira muy sonriente, al contrario que el resto de los presentes, que están tristes y bastante afectados.

-¿Qué ha pasado? ¿Dóne estamos?- A Plutarch se le va la sonrisa de la cara y mira a mi madre de repente, como para pedirle permiso para explicarme lo ocurrido. Yo también la miro a ella, ha estado llorando, y mucho. Tiene los ojos rojos y muy inchados, se la ve bastante desmejorada, incluso parece haber perdido peso y es como si le hubieran caído encima diez años, nada que ver con la radiante mujer que vi antes de desmayarme, bien peinada, maquillada y con un rostro tan lleno de vida. Ahora es todo lo contrario, nunca la había visto así. Mi padre también ha llorado, aunque no tanto, también parece haber perdido peso y ganado años. Ambos parecen personas totalmente diferentes. Mi madre se arrodilla a mi lado, me coge la manos y carraspea.

-Estamos en un aerodeslizador, sobrevolando el 12, esperando para poder aterrizar. Llevas inconsciente tres días. Tienes una conmoción cerebral, varias quemaduras y has estado apunto de romperte la pierna izquierda. También has sufrido dos paros cardíacos durante estos días.- Su voz suena apagada, sin fuerzas, la voz de una cuarentona que ha perdido la esperanza, una voz que a mi madre no la pega nada. -Less, has estado a punto de morir.

-¿Pero quién tiró la bomba? ¿Por qué?- Miro a mi alrrededor pero ninguna de las personas de la sala es capaz de mirarme a los ojos, ni siquiera Finnick, que tiene un parche en la sien derecha. -¿Se puede saber que está pasando?

-Verás Less, hace quince años, se celebraron unos últimos juegos con niños del Capitolio, para hacer pasar a las familias por lo que habían pasado los distritos durante setenta y cinco años.- Esta vez es Plutarch el que me contesta, y al menos, me mira a los ojos al hacerlo.

-¿Y qué tiene eso que ver con las explosiones?

-Los familiares de los niños y algunos habitantes del Capitolio no soportaron ver morir a niños de la ciudad. Además ahora el gobierno es más igual, más justo, sin embargo antes las personas del Capitolio vivían en mejores condiciones, así que se formó un grupo de rebeldes que quieren volver al antiguo gobierno. Al principio pensamos que era un grupo demasiado débil por lo que no le dimos mucha importancia, pero poco a poco empezaron a avanzar.

-Por eso adelantaron el viaje, pensaron que no llegarían a tiempo al centro de la ciudad y que no correríamos ningún peligro.- La voz de mi padre suena algo ronca.- Pero al parecer no fue así.

-¿Y para qué querrían los rebeldes matarme a mí? Quiero decir, la bomba estayó justo cuando subí al escenario.

-Eras el mejor cebo posible para atraer a Katniss.- Vuelve a hablar Plutarch, recuperando su sonrisa.- Pero les salió el tiro por la culata, ¿no?

-Tienes razón Plutarch, solo han conseguido que estubiera a punto de morir.- Le contesta mi madre enfadada. Tiene razón, Plutarch actúa como si todo fuese maravillosamente bien.

-¿Y a él que le pasó?- Señalo a Finnick con la cabeza.

-En la segunda explosíon perdí el equilibrio y al caer al suelo me golpeé con el brazo de la silla. Solo una brecha, nada importante.- Al acabar la frase intenta sonreir, pero en lugar de eso le sale una pequeña mueca, al parecer todos están bastante preocupados.

-¿Y qué vamos a hacer ahora?

-Tú, dormir. No te preocupes, Less. En unas horas podremos aterrizar en el 12.- Mis padres me abrazan por última vez antes de abandonar la habitación y Finnick me lanza una mirada de apoyo, me gustaría besarle, abrazarle, y no apartarme de él hasta que aterricemos en el 12. Pero no puedo hacerlo, no aún, si sigo queriendo que nuestra relación sea una secreto.

Intento hacer caso a mi madre, y dormir, o al menos descasar un poco, pero me es imposible, ya que sigo dándole vueltas a toda la información nueva, intentando asimilarla. Por eso estaban todos tan tristes, no por mí, no por la explosión, sino por lo que ello conllevaba. Si el Capitolio es incapaz de contener a a los rebeldes, si volvemos al gobierno anterior, el hambre y la pobreza en los distritos no será lo único que volverá, sino que también lo harán los juegos.

Cuando me despierto ya no estoy en la camilla del aerodeslizador, y tampoco llevo puesta la bata de papel. Estoy en mi cama de siempre, con un calentito pijama de lana y rodeada de edredones. Al parecer debí de quedarme dormida a pesar de todo y no me enteré cuando llegamos al 12. Obviamente no tengo ninguna aguja en los brazos y no estoy conectada a ninguna máquina, pero tengo la cabeza bendada y la piel de las piernas y los brazos sigue enrrojecida, aunque lo peor sin duda es el atroz dolor de cabeza. Es tan insoportable que tengo ganas de gritar, aunque me esfuerzo por tranquilizarme. Intento volver a dormirme, pero al comprobar que es imposible, me dedico a analizar los posibles desenlaces que me esperan. Si gana el Capitolio, no habrá ningún problema y todo seguirá igual, pero si por el contrario vencen los rebeldes, es muy probable que vuelvan los Juegos del Hambre, y tendría que enfrentarme a la Cosecha año tras año, aunque estoy casi segura de que la hija del Sinsajo tiene ganado un viaje seguro hacia la arena. Aparto como puedo esa idea de mi cabeza, ya que me resulta demasiado horrible, y me esfuerzo en autoconvencerme de que eso es practicamente imposible, el gobierno es poderoso, y más ahora, que cuenta con el apoyo de los distritos. Intento levantarme, no puedo permanecer tumbada tanto tiempo, tengo que distraerme, así que, cuando por fin consigo mantenerme en pie, me meto en la ducha. Como sospechaba, la mayor parte de mis brazos y mis piernas están bastante afectadas por la explosión, aunque al menos, no ha hecho falta ponerme injertos. Al salir de la ducha, me pongo la ropa más suave y blandita que encuentro y me dispongo a bajar al comedor, no vuelvo a vendarme la cabeza, porque aunque me sigue doliendo a horrores, no le encuentro utilidad. Al parecer acaban de terminar de comer, porque mi padre está quitando la mesa mientras mi madre se sienta en el sillón, con la mirada perdida y la mente en otra parte. Nadie se ha dado cuenta de que estoy aquí.

-Hola.- Mi voz es muy débil, no tengo humor y el dolor de cabeza sigue igual o peor, así que sería incapaz de poner un tono alegre por mucho que lo intente.

-Less, ¿qué haces aquí abajo? Deberías estar descansando.- Mi madre ni siquiera me mira para contestarme y su voz no suena para nada alegre, ni siquiera sorprendida.

-Llevo días descansando sin parar, además la cabeza me duele a horrores.

-Eso no es excusa, anda, siéntate.- Mi padre ya ha llevado la última tanda de platos a la cocina y me empuja con cariño hasta el sillón, colocándome al lado de mi madre.

-¿Alguna novedad?- Nadie contesta, mi madre sigue con la cabeza fija en el suelo, mientras que mi padre me mira en silencio, sin decir nada.

-No exactamente, los rebeldes siguen avanzando, si nadie los para, no tardarán ni una semana en hacerse con el poder.- No puede ser posible. Esto no está pasando.

-¿Y River?

-Con Haymich, en su casa. No le hemos contado nada, por supuesto.

-Haymich lo sabe, ¿verdad?

-Sí, fue el primero en enterarse.- Silencio. Nadie dice nada durante unos minutos, hasta que al final, soy yo la que abre la boca.

-¿Qué vamos a hacer? Si los rebeldes se hacen con el poder, ¿qué haremos?

-No podemos hacer nada, Less.

-¿En serio, papá? ¿Nos quedaremos aquí, de brazos cruzados mientras mi nombre y el de River entran el la cosecha cada año?- Creo que me he pasado, no puedo sacar este tema tan a la ligera.

-¡Eso nunca! ¿Me oyes, Leslie? ¡Nunca! Huiremos al bosque si hace falta, pero te juro que ni tu hermano y tú tendreis que pasar por eso.- Mi madre grita de rabia, se la saltan las lágrimas de los ojos, mi padre no está mucho mejor. Esta situación les está machacando.

-Está bien. Lo siento, siento haberte hablado así, papá, pero esque todo esto me parece tan... imposible.

-Lo sé, Less. A mi también. Pero no te preocupes, te prometo que todo saldrá bien.- Mi padre no me mira a los ojos al hablar, lo que es raro, porque él siempre te mira a la cara. -¿Qué te parece si vamos a por River? Tal vez nos alegre un poco la tarde.

Cuando Haymich nos abre la puerta de su casa el habitual olor a licor es casi inexistente. Nunca bebe cuando está cerca nuestro, o al menos, no tanto como para emborracharse.

-¿Qué tal estás, Less? ¿Te encuentras mejor?

-Sí, gracias, Haymich.

-Pasad, aquí a fuera hace mucho frío.- Mis padres y yo nos sentamos en un sillón del salón y Haymich se acomoda en una mecedora en frente nuestra. A los pocos segundos, unas pisadas bajan corriendo desde las escaleras.

-¡Less!- Mi hermano River ya no muestra ningún síntoma de gripe, aunque claro, ya ha pasado casi una semana desde la última vez que lo ví.

-¿Qué tal estás, enano?- Le abrazo y apoyo mi barbilla en su cabeza.

-Bien, ¿y tú? Siento mucho haberte pegado la gripe.- Supongo que esa será la excusa que le han contado mis padres, así que no la discuto.

-No importa, no fue culpa tuya, además ya me siento mucho mejor.- Mentira, la cabeza me duele a horrores y la piel me arde, aunque claro, no voy a decirle nada.

-Me alegro.- Me encanta cuando mi hermano sonríe, aún no ha cambiado todos los dientes por lo que su dentadura no es para nada perfecta, pero tiene algo, una inocencia en su expresión que no puede evitar hacerme sonreir a mi también.

-River, Haymich querrá descansar así que será mejor que nos vayamos ya. Gracias por todo, Haymich.- Es increíble como ha cambiado el tono de voz de mi madre, al parece no soy la única a la que River le alegra el ánimo.

-No hay de qué, preciosa. Para mí es un placer quedarme con este mocoso.- Haymich le alborota los rizos a mi hermano y este le dedica una pedorreta.

Cuando llegamos a casa siento que no puedo más. Apenas llevo una hora levantada pero las piernas me empiezan a fallar y la cabeza me da vueltas, así que después de abrazar a mis padres por última vez y de dejar que River me acompañe a mi habitación, me quedo dormida antes de que me de tiempo a ponerme el pijama.

-¡Despierta, Less! ¡Despierta!- Cuando abro los ojos mi hermano River me sacude nerviosamente los hombros. Por la luz que entra por la ventana, no deben de ser más de las nueve de la mañana.- ¡Less, papá y mamá no están!

-River, estarán durmiendo. Déjales descansar.- Me froto los ojos y consigo incorporarme para mirar a mi hermano pequeño a la cara. Parece nervioso.

-No, no están. Les he buscado por toda la casa pero no están.- No espero a que me diga más. Me levanto de golpe, salgo corriendo de la habitación y bajo las escaleras todo lo rápido que me permiten mis piernas. ¿Dónde pueden estar mis padres un domingo estas horas? Cuando llego a la entrada de mi casa, abró la puerta y salgo a la calle. Mis pies descalzos caen sobre el lecho de nieve y provocan un escalofrío que me recorre todo el cuerpo, pero no me frena y me dirijo hacia la puerta de Haymich, tal vez él sepa algo, pero entonces las piernas me fallan y hacen que caiga de espaldas contra la nieve. La cabeza me duele más que ayer, supongo que me he levantado muy deprisa y que he hecho muchos movimientos bruscos, porque me siento mareada. De repente, la puerta de Haymich comienza a abrisre lentamente y reconozco su voz, está hablando con alguien, con alguien familiar. Mis padres bajan las escaleras del porche de mi vecino, conversando seriamente entre ellos, pero tardan unos segundos en darse cuenta de mi presencia.

-Less, ¿qué haces aquí tirada?- Mi padre se acerca y me ayuda a levantarme.- Anda, sube a tu habitación.

-No. No hasta que... me conteis de que hablais.- No quiero dar más detalles, River está de pie a un par de metros, pero aún así mi madre parece entenderme.

-Oh, claro, Less, no te preocupes.

-River, ¿no te parece un gran momento para la revancha de la pelea de ayer?- Haymich intenta dejarme a solas con mis padres, él también a pillado mi indirecta.

-Te vas a enterar, Haymich.- Mi hermano le dedica una sonrisa traviesa a Haymich y se avalanza sobre él, cerrando la puerta al entrar en su casa.

-Bien, entremos en casa, Less.- Mi padre me pone un brazo sobre los hombros mientras nos dirigimos hacia la puerta de nuestra casa. Al entrar, nos sentamos los tres en el sofá y nos permitimos unos minutos de silencio antes de empezar a hablar.

-Hay novedades, ¿verdad? Sobre la guerra.- No me dirijo a ninguno de los dos en concreto, mi mirada está fija en el suelo, pero es mi padre el que contesta.

-No sabemos como es posible pero los rebeldes lo han conseguido, han tomado el Capitolio.

-Entonces...¿Ya está?

-No. Esta vez el Capitolio contaba con el apoyo de los distritos y no les será tan fácil derrotarnos. Ya han evacuado los Distritos 1, 2 y 3. Todas las personas que han querido huir han sido llevadas al 13, bajo tierra. Pero también ha habido gente que quería quedarse a defender su hogar. A esas personas se les ha dado un arma y un cargo en el ejército. Somos muchos, Less. No les será tan fácil vencernos como al Capitolio.

-Less, tu padre, Haymich y yo hemos estado hablando y hemos llegado a la conclusión de que lo mejor será huir al bosque.- Mi madre me mira a los ojos, muy seria. Ya no parece una mujer tan machacada, su expresión es decidida y se la vé que no está dispuesta a rendirse.

-¿Qué? Yo no quiero ir al bosque. Me quedo aquí, defendiendo el 12.

-No puedes Leslie, tienes que tener quince años para que te dejen formar parte del ejército.

-Mamá, si no defendemos nosotros el 12, ¿quién lo hará? ¿Los mineros de la Veta? ¿Los comerciantes? Sabes perfectamente que eres más fuerte que todos ellos. Eres el Sinsajo.

-No. Lo fui hace muchos años y no por voluntad propia precisamente. Leslie no pienso participar en otra guerra.- No aparta la mirada de mis ojos en ninún momento, yo tampoco lo hago, y veo reflejado en sus ojos grises que esta vez no es una decisión negociable.

-De acuerdo. Mamá, ¿puedo llamar a Finnick? No me despedí de él al llegar al 12, además quiero preguntarle que tal van por el 4.- Ahora creo que es lo único que me animaría, quiero escuchar su voz, quiero que me aconseje lo que hacer.

-Claro que sí, pero dentro de un rato, yo también quiero hablar con Annie, puedo pasarte el teléfono cuando acabe. Hasta entonces, ¿por qué no comes algo?

-Vale.- Me levanto y me voy a la cocina. Hace días que no como nada y me muero de hambre, así que no tardo ni cinco minutos en comerme dos panecillos con queso y una manzana. Cuando salgo al salón, solo mi padre está allí.

-¿Y mamá?

-Acaba de irse al estudio a llamar a Annie. Supongo que cuando acabe te pasará el teléfono. Me siento al lado de mi padre y apoyo mi cabeza subre su hombro. Él me acaricia el pelo en silencio. Hacía tiempo que necesitaba un momento como este, nadie dice nada, pero al mismo tiempo estamos lo más agusto posible.

Al cabo de unos diez minutos, mi madre sale del estudio para avisarme de que Finnick ya está al teléfono. El estudio es, sin contar mi habitación, mi lugar preferido de la casa. Está repleto de libros, probablemente habrá cientos, y el olor de esta sala, como a papel y tinta, me relaja muchísimo. En el medio de la habitación hay un gran escritorio donde River hace los deberes y donde está el teléfono. Cierro la puerta, me siento en la silla y me pego el auricular a la oreja.

-¿Hola?

-Hola, Less. ¿Cómo te encuentras?

-Bueno, sigo algo mareada pero estoy bien. ¿Y tu brecha?

-No te preocupes, está perfectamente.- Finnick suena demasiado contento, teniendo en cuenta la situación. Aunque me alegra oir que está bien. Bueno, sinceramente, me alegraría oirlo, estuviera como estuviese.

-Me alegro. ¿Y qué tal van las cosas por el 4?

-La verdad es que estamos teniendo problemillas. Creo que pasado mañana lo evacuarán.

-¿Entonces te vas al 13?

-No. Yo me quedo a luchar. Mi madre...Bueno digamos que siente que si nos quedamos en el 4 mi padre está con nosotros. Es raro, pero a veces también pienso lo mismo. Además es mi hogar, no pienso abandonarlo a su suerte.

-Eso mismo he dicho yo, pero mi madre quiere huir al bosque.

-Es lo mejor, Less. Estarás más segura. Además aún no tienes los quince.

-Lo sé pero no quiero dejar el 12 solo.

-No estará solo, seguro que mucha gente se queda.

-Ya, pero yo también quiero quedarme.

-Less, por favor, ve al bosque con tus padres. Los rebeldes van a por tu madre y es peligroso que os quedeis en vuesstro distrito.- Esperaba que Finnick me apoyara en esto, pero al parecer, nadie está de mi parte respecto a este tema.

-Pues ven tú también.

-Less eso es difernte. Yo ya tengo edad para entrar en el ejército y además... No puedo dejar a mi madre. Lo siento.

-Está bien.- No, no está bien. No es justo. Pero no quiero discutir con Finnick, y menos ahora, así que cambio de tema.- Quiero verte.

-Y yo a ti. Te hecho de menos.- Por un instante, ambos nos callamos.- Te quiero, lo seguiré haciendo pase lo que pase, lo sabes ¿no?

-Sí. Yo a ti también te quiero, Finn.

-Bueno, creo que será mejor que cuelgue.

-De acuerdo.

-Less, prométeme que irás al bosque. No hagas ninguna tontería.

-Vale, lo prometo. Pero prométeme tú también que tendrás mucho cuidado.

-Lo tendré.- Ya está, eso es lo último que oí antes de colgar.

2 comentarios:

  1. Hola! :3 Me encanta tu historia, cuando puedas sube el siguiente, me muero de ganas :D Un beso cielo

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  2. Muchas gracias, si todo va bien y no estoy muy liada puede que la suba mañana por la noche, un abrazo :)

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